A Belgrano le negaron por lo menos un penal muy evidente contra Central Córdoba. Mereció ganar desde el juego, pero el partido se le complicó y terminó amargado por la injusticia de un arbitraje lleno de errores, que no estuvo a la altura.
“Siempre pasa algo cuando un pobre se divierte”. La frase podría corresponder al diccionario de cualquier político a la caza de simpatías, pero tiene raíces diferentes (y sin contaminación): pertenece al insuperable Inodoro Pereyra, el hijo del lápiz y la imaginación del escritor, dibujante y humorista Roberto Fontanarrosa.
Está presentada en un contexto social específico, aunque tranquilamente podemos aplicarla al fútbol: el karma de los arbitrajes sigue pegando duro en los clubes de Córdoba. Sobre todo en Belgrano, porque volvieron a estafarlo en eso tan resbaladizo que parece ser la justicia adentro de una cancha. De ninguna manera hablamos de Belgrano como club pobre en forma literal, sino por su condición de “ajeno” a la mesa chica de la AFA: construye su felicidad desde el interior, con mucho esfuerzo, con el objetivo de afirmarse en primera para ver, más adelante, si puede dar un salto hacia espacios protagónicos.
El gusto a ganar
En este torneo arrancó bien, está mostrando rasgos de evolución en su juego, anda más derecho para el gol; la sumatoria de factores le alcanzó para llegar arriba. Los hinchas saben que a Belgrano no le sobra mucho, pero disfrutan muchísimo que el equipo le tome el gusto a ganar y se anime a jugar con mayor riqueza de herramientas.
Lo que no tiene receta para la (in)digestión es la injusticia. No es la primera vez que le pasa, lamentablemente. El historial oscuro de Belgrano en el ámbito de los penales viene con nombres y apellido de árbitros que se repiten (el neuquino Darío Herrera fue el jefe del equipo VAR), con un resultado claro: el miércoles volvieron a perjudicarlo. ¿Cómo? Hubo un penal enorme como el Gigante de Alberdi, ante un remate frontal de Juan Barinaga frenado con el brazo derecho por Brian Blasi, defensor de Central Córdoba. Se reclamaron otros dos (por mano e infracción sobre Passerini) que sí son discutibles y, por lo tanto, le dan credibilidad al árbitro. Pero el primero fue evidente. Los otros dos pudieron ser cobradas también y nadie hubiera dicho nada.
La jugada entró en un laberinto desde el momento en que el árbitro Leandro Rey Hilfer, reconoció que hubo mano, aunque aclaró que estaba “pegada al cuerpo”. ¡Para qué! “Fue mano, pero no es penal”, dijo. Entonces el estadio se encendió de furia porque la autoridad del VAR, en uso de sus facultades como asistente, convalidó la lectura de Rey Hilfer ignorando que, en otros partidos, el mismo Darío Herrera había sancionado penales en contra de Belgrano ante jugadas incluso menos claras. A llorar al campito…
¿Cuál es el rigor de la justicia, entonces? ¿Hay leyes estrictas cuando los afectados son Boca y River? ¿Las reglas se quedan sin letra cuando se trata de un equipo de tierra adentro? ¿Los errores son más graves cuando no le cobran un penal a Boca o a River? Leandro Rey Hilfer dirigió en un estado de aturdimiento que lo expuso a deficiencias groseras y se nubló solito cuando la acumulación de equivocaciones dinamitó el clima en Alberdi.
Es importante tener en cuenta que ya no se trata de la bendita cuestión de la interpretación, que pone a los penales claros para algunos en un plano de inexistencia para otros, sino que en jugadas similares la “B” fue perjudicado de manera evidente. Bien vale revisar los registros para comprobar los penales que le han cobrado en contra con manos casuales y hasta inofensivas (San Lorenzo e Independiente), que no tuvieron la misma lectura cuando las jugadas fueron a favor.
No es de ahora
Esta columna pretende activar la memoria y el archivo para que tomemos conciencia cómo se gobierna nuestro fútbol. Que es campeón del mundo en algunos aspectos, y paupérrimo desde la ética y la moral en otros. ¿Nadie puede denunciar estas cosas?
Después, es cierto, Belgrano debe hacerse responsable de no haber tenido la capacidad de asegurar el triunfo desde el juego para evitar la dependencia de los pequeños grandes detalles, que suelen estar vinculados a lo que cobra o ignora un árbitro. Parte de su madurez y necesidad de crecimiento pasa por ahí, porque no es de ahora: “siempre pasa algo cuando un pobre se divierte”. La historia de nuestro fútbol está regada de episodios en los que la ley se acomoda al interés de los poderosos mientras nada cambia porque “el show debe continuar”.