Muy cuestionado al principio, cuando se hizo cargo de la Selección Nacional de Fútbol, Alejandro Sabella se fue ganando de a poco, partido tras partido, el corazón de los argentinos.
Tan simple y humilde como su graciosa forma de andar, la que le valió el mote de “Pachorra”, el extécnico tuvo el temple y la capacidad suficientes para conducir a las mayores estrellas del fútbol nacional de los últimos tiempos a la inolvidable final del Mundial de Brasil.
Estuvimos tan cerca de lograr esa gloria como él lo estuvo de sobrevivir a esta última pelea por la vida. A lo mejor, al elaborar lo de Maradona, ya no quiso seguir, y se fue de viaje junto al astro con el sueño de dirigirlo en algún otro Mundial.
Sabella se nos fue, y nos queda a los argentinos ese sabor amargo de no haberle expresado todo lo que sentimos por él. De no haberle dicho con todas las letras que no nos importa que aquel gran equipo que le tocó dirigir haya perdido la final, que sabemos que lo dio todo para lograrlo y no se dio.
Si hubiera entrado la que erró el “Pipa”, si no nos hubieran hecho ese maldito gol los alemanes, la gloria de su despedida tal vez sería mucho mayor, pero para los que sabemos de esfuerzos, para los que estamos acostumbrados a perder para ganar con ello experiencia, Sabella será siempre el piloto que nos llevó a los argentinos hasta las puertas de la última gran ilusión.
Sabella nos mostró que podíamos tener otra gran final. Los despidamos con los honores que merece, para que este final la merecida victoria de su Gran Final. ¡Gracias Campeón de la vida!