Las peleas, los insultos y los incidentes contra Holanda, reabrieron un debate que no es nuevo: cuando vemos una parte de la realidad, nos debilitamos para interpretar lo que pasa. Las fotos no son la realidad, sino una parte de ella. En los partidos ocurren muchos episodios que ignoramos y se convierten en caldos de cultivo.
En estos tiempos de tanto chupete electrónico, una persona hábil con una computadora tiene la habilidad y los recursos para componer una gráfica que puede parecer legítima, aunque muestre a Inodoro Pereyra trabajando o al Hacha Ludueña con un tatuaje de Belgrano.
Desde que se consumó el triunfo argentino frente a Holanda, en el Mundial de Fútbol de Qatar, por las autopistas virtuales van y vienen miles y miles de imágenes con las repercusiones del partido y del caldo de cultivo que se generó en el entorno. Hay fotografías que dejan ver al Dibu Martínez asomando sus casi dos metros sobre la cabeza de unos tipos que quieren frenarlo para que no llegue a Louis Van Gaal, el entrenador holandés. Incluso a Messi, en el ya recontra difundido video en el que dice “¿qué mirás, bobo?”. No queda claro a qué bobo se refiere porque, según parece, afuera había varios. ¿Hay trucos en esas composiciones o son genuinas? ¿Es tolerable que a Messi se le salga la cadena así?
La foto central de esta nota está en el eje de la cuestión: ¿es auténtica? ¿los jugadores argentinos respondieron con burlas a sus colegas holandeses, cuando Lautaro Martínez selló el triunfo metiendo la pelota contra un palo? Casi en tiempo real, cuando estas cosas (legítimas o trucadas) se publican, surgen las repercusiones y se arman unas bolas de nieve imposibles de frenar porque, lo sabemos, las redes sociales son una verdadera cloaca.
Entonces, lo primero que tenemos que hacer es evitar la tentación de opinar sin ver la historia completa, porque muchas cosas ocurren lejos de nuestra lupa y sencillamente no las conocemos. O no las escuchamos. Una foto es eso: una parte de una realidad, un recorte; no es la verdad absoluta, ni tampoco algo inapelable. Pero son legítimas y dejan ver lo que ocurrió en serio. ¿Primera sensación? Por ahí andan diciendo que los argentinos no sabemos perder y ahora tampoco aprendimos a ganar. O sea, chorreamos “bardo”: hacemos lío en las buenas y en las malas; si perdemos rompemos todo y si ganamos, también… Algún sector de la prensa acusa a nuestros jugadores de extraviar la importancia del triunfo para entretenerse en la provocación, el “gaste” y el insulto. Posiblemente ese razonamiento tenga razón pero….
¿Mano en el corazón? No se siente lindo que estas cosas pasen porque alguna vez comprenderemos que necesitamos crecer, abrir la cabeza, incorporar y practicar valores más elevados que los gestos violentos que nunca llevan a ningún lado. ¿Podemos sentirnos orgullosos de caer en esos comportamientos? Indudablemente que no, porque soñamos con deportistas que distingan la diferencia entre la actitud reactiva que se enciende desde la dignidad y las bravuconadas que solo buscan revanchas personales y aliviar el ego. Cuando un mediocre se ríe ¿es porque sabe a quién echarle la culpa?
Dimensión desconocida
Adentro del campo de juego, en la previa, durante el partido y después, en todo eso que podemos definir como contexto, ocurren un sinfín de episodios que no conocemos o no dimensionamos. ¿Cómo podemos evaluar las emociones si nunca estuvimos ahí adentro, en semejante nivel de exposición y de presión? Definitivamente, no alcanza con creer que un futbolista profesional tiene una tecla con la que activa / desactiva las emociones. Si alguien lo dijo, lo hizo desde la comodidad de una silla, en un bar. En un vestuario, donde conviven decenas de cabezas diferentes, se perfila la identidad de un equipo que en este nivel recontrasuperprofesional, tiene al triunfo como única posibilidad. No hay opciones, ni derrotas dignas que se acepten con naturalidad.
Messi es una máquina de ganar: ¿alguna vez le respondió mal a alguien? ¿es un chico violento? Lo muelen a palos y al mismo tiempo que lo acusan de “pecho helado”, le ponen sobre los hombros la responsabilidad de hacer feliz a un país (y un poco más)… Sin embargo, ahí está Messi: crack absoluto, en todo el repertorio.
Tomemos nota: hay jugadores, entrenadores, dirigentes, periodistas y hasta hinchas, que creen que el fin justifica los medios. O sea, no importa qué se haga, si eso sirve para ganar: entonces, hacer trampa ya no es tan grave o los errores del árbitro pueden tolerarse, si son a favor de nuestra causa.
Solo los jugadores (argentinos y holandeses) pueden dar fe de lo que pasó durante el partido. Hablan de burlas, de sonidos guturales cuando los nuestros iban a patear los penales, de comentarios sobradores y otras yerbas. Nada justifica que alguien quiera meterles un palo en la cabeza, pero solo el que estuvo ahí sabe qué se siente con las pulsaciones a mil, que venga un adversario y haga algún comentario lacerante o indignante. Atenti: tal vez, los propios jugadores argentinos hicieron lo mismo contra los holandeses ¿eh? Pero no lo sabemos.
Si sirve de algo, es una hermosa oportunidad para aprender desde nuestra condición de espectadores que una foto es una parte de lo que pasa y si está ahí, es porque quieren que la veamos. Solo percibimos lo que nos muestran. Lo mismo con Van Gaal: siempre fue un caballero, más allá de las preferencias futbolísticas. Dijo algunas cosas antes del partido, que algunos agitadores convirtieron en bombas molotov. No parecen palabras tan incendiarias como para que los jugadores se ofendieran. Pero en el contexto de lo que se jugaba y el condimento del juego psicológico al que no tenemos acceso y tolera cualquier barbaridad, elegir algunas partes para presentar la historia nos hace tendenciosos.
Los jugadores son seres humanos y la selección no es el país, aunque la represente. En esa exageración suelen brotar sentimientos demagógicos que nivelan para abajo porque, lo tenemos claro, solo somos felices cuando la vemos ganar.