Argentina avanzó a octavos de final mostrando rasgos de mejoría y justificando la esperanza que la gente le ofrece. Mejoró en lo individual y también en lo colectivo.
¡Son tantas las cosas que brotan cuando gana la selección, que conviven el grito desaforado con el análisis reflexivo, los quejosos crónicos, la lágrima oportuna, la angustia liberada y el abrazo sanador! Podemos hablar de la recuperación general, porque el equipo levantó mucho el nivel; o destacar algunos rendimientos individuales que le dieron valor a lo colectivo. También es tentador referirse como atenuante a la pobreza franciscana de Polonia, equipo que no reaccionó ni desde la vergüenza deportiva… Sin un rol destacado de Messi, la selección propuso un juego futbolísticamente agresivo que alcanzó y sobró para cumplir el objetivo: ganar y pasar de ronda, dejando atrás a esta Polonia cuya resistencia se asemejó a la de 10 conos, con la excepción del muy buen arquero Wojciech Szczesny (hay premio para quien pueda nombrarlo sin escupir).
En ese universo de tantas emociones, hay un elemento que tiene identidad y se distingue entre tanto argumento futbolero que calienta las mesas de café: la esperanza. La selección es eso, una usina generadora de esperanzas, de la posibilidad de estar mejores, porque su juego volvió a darle sentido a la confianza y a la ilusión. No vamos a decir ahora que su funcionamiento fue una maravilla, porque no es cierto, pero nos animamos a mirar más allá estimando un mínimo de certeza de que puede irnos bien.
La gente se aferra a la selección en todos los mundiales y copas importantes, pero esta vez pareciera generarse una sensibilidad más profunda y conmovedora porque entre todos los mensajes que se construyen en torno a un equipo de fútbol, Argentina lleva consigo el capital de la credibilidad. A los jugadores les creemos y queremos creerles. Aunque pierdan, a la vuelta de la esquina, vuelven a disponer de un cheque en blanco… Se les ofrenda tanto nervio y una ansiedad XXL, porque marcan el camino de lo que nos gustaría para cosas más complejas, que ocurren fuera de la cancha.
Palabras de Jorge Valdano: “el fútbol es lo más importante de lo menos importante”. Y así se lo vive.
Respeto y evolución
Hacía mucho, pero mucho tiempo que un adversario no rozaba lo paupérrimo, como esta versión de Polonia. Indudablemente, es un factor que relativiza en cierto modo los méritos y modera la urgencia del elogio urgente que nace en la tribuna, pero no es suficiente para debilitar lo bueno que hizo la selección para ganarle. O sea, Argentina no puede explicar el triunfo desde lo nulo del juego de los polacos porque, en todo caso, cabe preguntarnos si esa austeridad futbolística de los europeos tuvo que ver con los puntos altos de los nuestros. Si Polonia no fue capaz de salir del planteo gélido, podemos pensar que fue la consecuencia del respeto que inspiró esta vez el equipo nacional.
Mientras tanto y asomándonos a los saldos de la clasificación, Argentina mostró signos de evolución. No tan potentes como para desactivar algunas limitaciones estructurales, pero sí fue notable como recuperó el sentido del ataque desde la posesión y el cuidado de la pelota, y de qué manera fueron saludables los aportes de Julián Álvarez, Enzo Fernández, Nahuel Molina y Marcos Acuña. Con Messi evidentemente limitado en lo físico, porque su aceleración pareciera ausente y hasta fue llamativo que perdiera la pelota, el equipo trató de arreglárselas buscando más por afuera y haciendo ancha la cancha, con los marcadores centrales presionando treinta metros adelante, Rodrigo De Paul más integral y Alexis Mac Allister ofreciendo un buen segundo tiempo, dentro de ciertas dificultades para encontrar su espacio en los circuitos de juego.
Si el debut contra Arabia fue un baldazo de agua helada, el triunfo ante Polonia fue una ventana de aire fresco. No solo por los goles, los puntos y la clasificación, sino porque el equipo estuvo a la altura de lo que la gente le había regalado: precisamente, la esperanza. Fue al frente, como siempre, pero lo hizo con forma, con un mapa de juego, defendiéndose desde el ataque y atacando hasta con los defensores. Tuvo un comportamiento que lo acerca, un cachito al menos, a la imagen que se le exige a un candidato a ganar la copa.