Guillermo Farré vive horas turbulentas, con muchos cuestionamientos por lo que muestra su Belgrano en la cancha: juega muy mal, le hacen goles casi siempre y pierde mucho más de lo que gana. ¿Quién y qué sostiene su proceso? ¿Le queda crédito?
La campaña de Belgrano habla sin misterios: un triunfo en los últimos 11 partidos, con niveles individuales muy por debajo de las necesidades y un rendimiento colectivo que pierde aceite por todos lados. No es solo el tema de los números que se reflejan en un pizarrón y son ilustrativos, sino que hace mucho (pero mucho) que el equipo juega mal, sin forma, sin sustento estructural… ¿Es el mismo Belgrano que sacó una considerable cantidad de puntos el año pasado? Respuesta: sí. Y para argumentarlo, hay que remitirse a los servicios fundamentales del arquero Nahuel Losada y el centrodelantero Lucas Passerini, dos factores medulares que ayudaron a disimular los problemas de funcionamiento y crearon una sensación térmica de que el camino era el correcto.
La mejor editorial para un entrenador es lo que muestra un equipo en la cancha. La habilidad en la oratoria es un factor que influye y hasta entretiene a la prensa, pero nada puede explicar de forma más sustanciosa lo que tiene o no tiene Belgrano, que verlo jugar. Y verlo jugar genera mucho desencanto…
El momento
El fin del ciclo de un entrenador: ¿Cuándo es? ¿Qué elemento determina que el tiempo y el crédito se agotaron? Ensayemos posibilidades: a) cuando termina el contrato; b) al final de un campeonato; c) cuando la gente no apoya; d) cuando a los dirigentes se les ocurre; e) cuando la prensa instala el tema; f) cuando el entrenador no presenta las herramientas para lograr que el equipo mejore.
No sabemos qué pasa adentro del vestuario, entre Guillermo Farré y los jugadores, ni sobre qué valores se construye la relación de respeto que deben ofrecerse entre sí. Pero si nos remitimos a que el nivel de juego habla por el entrenador, hay que decir que Belgrano no tiene pase; no tiene armado; retrocede muy mal… Sin juego, sin un eje conceptual para moverse en las diferentes circunstancias que se dan en los partidos, siempre se aferra a ese capital que en Alberdi no se negocia (el factor H) pero que ya no alcanza en primera división.
Cuando Belgrano juega como juega, se descontrola y se regala ante equipos que logran ponerlo nervioso moviéndole la pelota. Ese descontrol es un pésimo lugar para intentar estabilizarse: carga de responsabilidades a los laterales y les pide que solucionen las limitaciones ofensivas; sufre la ausencia de líderes futbolísticos y la pelota quema; no hay quien organice los ataques y el pelotazo hacia arriba es el camino más corto; todo se reduce a tirarle pelotazos a Passerini… y a rezar que Longo no deje nunca de correr ni Losada de atajar como lo hace. Llega un momento en que el equipo no logra ni siquiera resolver un saque lateral o un tiro libre: ¿Los entrenamientos son rigurosos?
La realidad es que pocas veces Belgrano jugó bien y casi siempre se aferró a muchos resultados que fueron consecuencia de lo individual: un arquero salvador y un 9 goleador. Ese modelo, con otros factores, le permitió verse muchísimo mejor en la tabla que en la cancha.
En todos estos meses, Guillermo Farré no pudo desarrollar una solución a los problemas de base. Tampoco se la ofrecen los que están en el banco de suplentes y el propio Guillermo avaló: definitivamente, la inmensa mayoría de los jugadores nuevos que llegaron como “refuerzos” apenas son “incorporaciones”.
¿Cuestión de resultados?
Luego de la derrota ante Godoy Cruz, Farré dijo “hay que trabajar esperando que un resultado positivo cambie esto”. La condición de héroe de 2011 y el ascenso como entrenador en 2022, protegen a Guillermo de declaraciones así porque se cuestiona es el proceso, el funcionamiento, lo colectivo, que dispersan el GPS que puede conducir a mejores resultados. ¿O acaso el objetivo es “ganar como sea”? Si así fuera, ¿qué garantías ofrece?
El hincha, la gente y todo el universo Alberdi, dejaron en claro que el amor por Guillermo Farré es fuerte, pero no eterno. La forma en que la tribuna saludó al equipo en la derrota ante el Tomba, fue la enésima prueba de respeto, porque hubo aplausos y algunas voces de aliento, aunque también un ultimátum: pareciera ser que el único que no ve los problemas es el propio entrenador.