Cuando un goleador se va

Pablo Vegetti dejó Belgrano y se fue a Brasil, donde debutó en Vasco da Gama de la mejor manera: con un gol. Con la camiseta celeste, hizo 63 goles en 119 partidos y fue el goleador de la B en el ascenso y recientemente en primera. Marcó una huella imborrable por su capacidad de lucha y la vocación de ir al frente siempre.

Este muchacho no inventó el grito de gol, ni fue el primero que se tapó un ojo para celebrar de acuerdo con la simbología pirata que gobierna Alberdi. Tampoco tiene una patente por irse de la cancha con las piernas acalambradas ni fue pionero en regalar unas lágrimas cuando las emociones fueron extremas.

Pablo Vegetti no hizo nada de eso, pero logró algo mucho más importante: inspiró, acompañó y motorizó el proceso de la recuperación de la dignidad y el orgullo de miles y miles de corazones sensibles, que solo a través del fútbol reciben caricias de la vida. Porque Belgrano es así, su naturaleza lo pone siempre al borde del infarto para abrazarse a las alegrías, cuando llegan. O si llegan… Por eso y solo por eso, se entienden los abrazos, los llantos, los agradecimientos y la certeza de que la vida sigue. Él allá, en Vasco da Gama o donde quiera; los demás acá, donde la historia ya tiene lista una página en blanco para contar de qué se trata lo que viene.

Desde atrás

Desde que nació en Córdoba, hace unos pocos años, su vida fue como un rayo que encandila y no permite (a los defensores) reaccionar: llegó desde atrás, abriéndose camino, acelerando en a la velocidad justa para generar la ventaja y mandar la pelota adentro del arco. No se había bajado del bondi y ya había hecho un gol…

Instituto fue el trampolín imprescindible que lo acercó a Belgrano, donde rápidamente confirmó su condición de bestia del área e internalizó el valor de ese combustible que en Alberdi cotiza oro: el espíritu de lucha, la rebeldía, la capacidad para encontrar fuerzas, ir al frente, no guardarse nada… Y meter goles, claro.

El derecho a la felicidad, esa cuestión tan abstracta que nos desvela y se convierte en la luz al final del túnel, tuvo en Pablo Vegetti un actor fundamental para animar a los hinchas a ir un poco más allá. Entre justicias e injusticias, que el fútbol ofrece en cantidades industriales, sus goles empoderaron a Belgrano desde el esfuerzo compartido para ir a buscar su destino y agarrarlo de las solapas para poner las cosas en orden.

Antes de su llegada y ahora, en su partida, Belgrano tiene y tendrá ríos de tinta dedicados a sus aventuras y desventuras, que lo ubican en el eje del sufrimiento eterno porque todo ahí cuesta el doble. Sin embargo, en la historia reciente y después de la huella imborrable de ese líder futbolístico y espiritual que fue el Juanca Olave, la presencia del “9” contemporáneo fue capaz de ganarse un lugar, convivir con el mito del Luifa Artime, merecer el brazalete de capitán y encender las pasiones más maravillosas porque la gente volvió a creer. En apenas un puñadito de años.

El mismo Pablo

Este Vegetti que disparó lágrimas y dejó los corazones a la miseria, es el mismo que no hace mucho salía de la cancha abollado, mirando adelante, bancando los trapos de un Belgrano paupérrimo que no era protagonista en la B y se quedaba sin crédito. Tanto, que algunos en la platea y en la esquina, se permitieron insultarlo. Es el mismo, quien volvía a su casa, donde Joselina lo esperaba para ofrecerle el abrazo que fuera capaz de sanar las piernas maltratadas, las costillas raspadas y los tobillos destruidos. El archivo es patrimonio ¿no?

A partir de la reconstrucción, con sus goles y sus batallas libradas con toda el alma, Alberdi ha sufrido mucho la partida de su jugador emblema: Pablo se llevó sus ilusiones, la necesidad de encarar nuevos retos, las ganas de seguir creciendo y dejó la certeza de su lucha porque jamás hay que rendirse. A lo Belgrano. Por eso ¿qué mejor final podía tener esta historia?

Como dice su compañera: “Firmaste tu rescisión y volviste llorando. Hubieses querido abrazar fuerte a aquellos con los que tuviste que hablar de lo contractual, despedirte con un GRACIAS enorme en tu pecho y en un eterno grito de GOL en Alberdi… Pero no sucedió. Hoy las redes (las que alguna vez odié) reconocen tu entrega y tu compromiso para con estos colores. Y me sumo. Que este amor al club sea eterno”. Palabras de Joselina Bonetti, su pareja y mamá de Vittorio.

La vida sigue. Que Pablo haga goles donde esté y, cuando pueda, se tape un ojo. En Córdoba, incluso los que no son hinchas de Belgrano, siempre tendrán una dosis de respeto para recordarlo.