Argentina levantó la copa por tercera vez en la historia. Lo hizo con juego pero fundamentalmente con orgullo, con espíritu de sacrificio y un Messi imposible de medir. El fútbol, una vez más, hizo feliz a todo el país.
El fútbol, ese antro de “millonarios insensibles” que “solo saben patear una pelota”, le dio al país la alegría más importante en muchísimos años, considerando cualquier ámbito. Pasión, unión, lucha, compañerismo y sentido de pertenencia; abrazos apretados, lágrimas, gritos de desahogo, alegría interminable; corazones maltratados, festejos desaforados, gargantas a la miseria …. Fuimos capaces de acercarnos, de transitar los nervios juntos y soñar con un final feliz, como ocurrió. La energía que explotó en las calles es la mejor editorial para tomar conciencia de lo que somos y lo que podemos ser, si entendemos de una buena vez aquello de ser uno solo y caminar en la misma dirección.
Por supuesto, Qatar 2022 fue un mundial de fútbol. Es más fácil que los 50 millones de entrenadores que somos nos pongamos de acuerdo, a que los políticos salgan del chiquitaje y se pongan a trabajar por la Argentina que merecemos, con educación, trabajo, justicia y salud. Mientras tanto, la lección del fútbol es categórica: nos llevó puestos a todos, una vez más, para mimarnos el alma y señalarnos el rumbo. Ser campeones del mundo es un tributo a los grandísimos futbolistas que dio Argentina pero, fundamentalmente, la certificación de lo que se consigue con esfuerzo, superación y humildad.
Corazones a punto de explotar
Las ganas de hablar de fútbol bien hasta el comienzo del segundo tiempo, con muchos datos surgidos de lo que era el mejor partido argentino en el Mundial. Presión, apertura de cancha, control de pelota, juego asociado, cambios de velocidad…. Pero la historia se complicó: después del excepcional primer tiempo, con el 2-0 sólido y olor al tercero, Lionel Scaloni hizo una lectura en la que debió interpretar que el gasto ya estaba hecho y llegaba el momento de frenar y hacer ancho el campo. Entonces, modificó el equipo, lo tiró unos metros más atrás y cerró el portón que había abierto Ángel Di María por la izquierda, el factor de desequilibrio más importante de la final. Sin profundidad por afuera y con menos elaboración por adentro por el achicamiento de espacios, solucionó gran parte de los problemas que tenía Francia.
Ese modelo de juego, con menos compromiso en la gestión de la pelota, fue la antesala de la reacción de los franceses y se declaró el estado de emergencia. Kylian Mbappé es una bestia: estuvo absorbido por la marca durante 70 minutos pero en dos pestañeos mostró su tremenda calidad e influencia.
¿Entonces? Con las fuerzas al límite y un adversario mucho más rápido, Argentina recurrió a la hombría, a los dientes apretados y a la conducción de un Lionel Messi que ya agotó todos los calificativos: el rosarino pidió todas las pelotas y alivió la presión de sus compañeros. Lo siguió Rodrigo De Paul, hasta que se fundió y salió. Se asoció con Alexis Mac Allister, hasta que el hijo del Colorado se cansó. Messi se quedó ahí, teniendo su lanza y liderando la resistencia, en un ida y vuelta infernal que coqueteó con el 3-2 hasta que Mbappé volvió a empatar 3-3.
San Dibu
El que dice que los penales son una lotería le falta el respeto a los arqueros y a los pateadores que se perfeccionan. Hay muchos factores que influyen: uno, difícil de medir con un GPS, es el de la personalidad. Y ahí volvió a dejar huella el Dibu, alias Emiliano Martínez. Después de tapar un mano a mano sobre el cierre del partido (era el 4-3), se hizo cargo de los penales. Rozó la pelota en dos de los tres que le pateó Mbappé y en la definición atajó otro y forzó el error del restante, para dejar la mesa servida. Con el corazón en la mano, Gonzalo Montiel pateó esquinado con la ayuda de 50 millones de argentinos (y los refuerzos de Bangladesh), para traer la copa a casa.
Ya habrá tiempo para analizar los detalles de funcionamiento y por dónde pasaron las claves de la final. Esta vez, había que jugar con la sangre hirviendo para complementar las ideas y la calidad de los jugadores. Y así se hizo. Gobernaron las emociones, el temperamento, la madurez y el compromiso para ofrecer hasta la última gota de sudor.
¿Messi? Ya puede irse a su planeta tranquilo: dio todo y nos hizo llorar de emoción. El futbolista más grande de los últimos tiempos dejó en claro que sus mejores palabras siempre estuvieron en el campo, a la hora de la verdad, siendo transparente y buena gente. Es un orgullo saber que es nuestro.
Hoy, a los campeones del mundo les decimos “sinceramente gracias”. De pronto, volvimos a ser felices por ellos y mandamos al rincón las preocupaciones. La explosión de alegría que hizo retumbar al país se la debemos a los muchachos de la selección. Aunque seamos exagerados, mezclemos todo, aunque sea fútbol y le mandemos la bandera de Malvinas o de AC/DC, siempre vamos a sentir que en el fútbol se nos va a la vida y el fútbol nos proyectará el mejor aprendizaje: así como pasa en un campo de juego, el día que nos unamos, volveremos a ser un país con esperanza y futuro.