La Gloria subió a Primera División haciendo valer su mejor ubicación en la tabla general, para desnivelar el duelo contra Estudiantes de Caseros. Hubo méritos medulares que merecen ser destacados.
El ascenso de Instituto, al igual que muchas otras “noticias fuertes” que generan un gran impacto social, producen una cantidad de información que lleva tiempo procesar. ¿De qué se habla? Inicialmente, de todos los colores y las temperaturas que nacen en las emociones. Después, vamos recorriendo las celebraciones, las manifestaciones de una comunidad que encuentra en el fútbol lo que le falta en otros ámbitos; nos apoyamos en lo histórico y lo deportivo; y posiblemente terminemos en el punto de inicio. Es decir, en la cuestión emotiva, que todo lo moviliza y lo proyecta en el tiempo.
Un logro futbolístico, tal como lo concebimos en esta parte de mundo, tiene una repercusión que parece exagerada si el observador vive en Finlandia. Pero aquí, en nuestro universo y en las condiciones en que intentamos descubrir la luz al final del túnel, sabemos perfectamente que un campeonato o un ascenso, como es el caso de la Gloria, son mucho más que un trofeo, una medalla o un aplauso. Las causas populares ponen de pie a la gente, encienden pasiones y alivian realidades.
El muro de los lamentos
Facundo Pereyra fue el capitán y referente excluyente de Estudiantes de Caseros, el respetable adversario de Instituto en la llave final que derivó en el ascenso del equipo cordobés. Pereyra, un muchacho de largo recorrido en el fútbol y con algunos clubes de primera en su legajo, acusó al club albirrojo de “no querer jugar y hacer tiempo”, cuando empataron 0 – 0 la semana pasada en Buenos Aires. ¿Fue así?
En Alta Córdoba, se permitió hacerle gestos provocativos a la gente. No había estado tan agudo cuando su club enfrió partidos anteriores y eliminó, por ejemplo, a ese buen equipo que fue Gimnasia de Mendoza. O cuando sacó de carrera a Estudiantes de Río Cuarto haciendo precisamente eso: especular, frenar y forzar la ventaja con una lupa. Tampoco estuvo quirúrgico para explicar por qué su compañero, el arquero Lucas Bruera, llegó a Córdoba con el freno de mano puesto y consumió casi un minuto cada vez que tuvo que poner la pelota en juego… Pereyra prefirió el silencio para interpretar los golpes de sus compañeros hacia sus pares de Instituto, cuando empataron en Buenos Aires, donde no hubo goles y sobraron machucones.
O sea, nada que no haya ocurrido antes en el mundillo del fútbol: tanto los golpes, ciertas deslealtades y la capacidad de algunos para compartir la verdad editada, de forma selectiva, recortada… Sabemos que cuando los declarantes andan con un bidón con nafta, casi siempre sus palabras tienen éxito y logran algunos incendios.
Entonces, surge la necesidad de aportar un dato de contexto que enriqueció la discusión de todas estas semanas, para definir qué equipo acompañaría a Belgrano a primera división: la tan mentada “ventaja deportiva”, un resorte reglamentario que reservó un bonus para el equipo mejor clasificado en la general para desempatar una definición. Esa “ventaja deportiva” se mezcló en todas las discusiones, entre los quejosos crónicos, los malos perdedores, los especuladores por naturaleza y la necesidad de los beneficiados con ese asterisco de hacerlo valer si la pelota no entraba en el arco de los otros.
Al final, Instituto ascendió beneficiado con ese aspecto de las reglas, que se conocía al comenzar la temporada. No fue un invento de la semana pasada, ni fruto de la una conspiración contra Pereyra: la realidad indica que la Gloria terminó segundo, solo debajo de Belgrano en las posiciones generales, luego de 36 partidos. Estudiantes de Caseros presentó una campaña muy valiosa y reconocida, pero sus 57 puntos lo situaron a 11 de Instituto (68) y 22 de Belgrano (79). ¿Hubiera sido justo llegar a las finales en igualdad de condiciones? No se conocen declaraciones de Facundo Pereyra para sostener esta teoría.
Acá está
La verdadera “ventaja deportiva” de Instituto, la más sustanciosa, siempre estuvo ahí, como un libro abierto, esperando ser leída y dimensionada. “Ventaja deportiva” fue la campaña que hizo y respaldar al entrenador Lucas Bovaglio cuando en las primeras fechas el equipo no arrancaba y arreciaban los cuestionamientos; también lo fue la presencia de la gente llenando la cancha, cuando Belgrano se escapaba y la ilusión del ascenso empezaba a quedar lejos.
“Ventaja deportiva” fue tener un presidente serio (Juan Manuel Cavagliatto), que se rodeó de gente del club, lúcida, íntegra, como Federico Bessone, para diseñar un proyecto de verdad que se apoyó, por ejemplo, en Jorge Carranza, el veterano capitán que se silenció los murmullos de las fechas iniciales y terminó como figura. “Ventaja deportiva” fue haber acertado en la contratación de Giuliano Ceratto y Sebastián Corda, posiblemente los mejores laterales de la categoría; o tener en el plantel a las “bestias” Ezequiel Parnisari y Fernando Alarcón, y al silencioso Roberto Bocchi, junto a otros esfuerzos menos visibles.
Es cierto, en las finales no hubo un marcador que pusieran a Instituto por encima de Estudiantes (0-0 y 1-1) y el arbitraje displicente de Fernando Espinoza no contribuyó en nada para reforzar la certeza de la justicia, más allá de haber convalidado el gol de la Gloria haya con Alarcón en un fuera de juego solo detectable con VAR. En un torneo que es capaz de subestimar los 11 puntos que hubo entre ambos en la fase de clasificación y niveló para abajo, es imprescindible encontrar lo justo mirando fino. Por encima de las declaraciones en caliente y de los méritos que tuvieron varios equipos a lo largo de toda la temporada, la Gloria obtuvo lo que le correspondía. Así de simple.