Menotti nos enseñó a valorar nuestro fútbol

Fue el entrenador más influyente en la historia moderna del fútbol argentino. Asumió en 1974 para terminar con la improvisación y puso en marcha un proceso de orden para jerarquizar al jugador, con el respeto por la pelota como valor supremo. Ayer falleció: tenía 85 años.

La pasión nacional es discutir. A veces los temas están servidos, pero en otras oportunidades los forzamos para multiplicar las diferencias. Discutimos para intercambiar opiniones pero, fundamentalmente, para tener la razón. Y desde la razón, nos sentimos más argentinos que nunca.

Así como muchos se entretienen debatiendo si el fútbol argentino comenzó con Lionel Messi o Diego Maradona, hay otras bibliotecas que hablan de factores que los anteceden y hasta los superan. Para llegar al fútbol argentino de hoy, con tres copas del mundo, ¿Cuánto tuvieron que ver aquellos jugadorazos en sepia, que bailaban en canchas de tierra y, según dicen, hacían lo que querían con la pelota? ¿Alfredo Di Stéfano fue más que Alfredo Pedernera? ¿El Diego dejó chiquititos a todos? ¿Y Messi, dónde debe ir en ese podio? A lo largo del tiempo, mezclando épocas, estilos, niveles de profesionalismo, exposición y presión, nos ponemos anchos al afirmar que posiblemente los mejores jugadores del mundo, en distintas décadas y respetando a otros fueras de serie, hayan sido de acá.

En ese discutir interminable, también hay lugar para los entrenadores. Sobre todo, aquellos que incidieron en la historia, que señalaron un camino y generaron cambios para crecer. ¿Los periodistas jóvenes saben quién fue Helenio Herrera y qué tiene que ver con el famoso candado (“catenaccio”) de Italia? ¿Rinus Michel y su idea del “todocampismo”?

En Argentina, considerando el proceso de crecimiento y proyección que contempla la obra de uno y otro, ningún entrenador fue tan influyente como César Luis Menotti, más allá de los títulos, que siempre se mezclan en la conversación por la desesperación que tenemos de legitimar las ideas con trofeos o medallas. Destacarlo no va en desmedro del aporte de otros en los muchos años que necesitó nuestro país para sostener y alimentar el fútbol profesional, ni mucho menos para llevar su figura a un cuadrilátero donde siempre hay gente dispuesta a enfrentarlo con quienes concebían el juego de otra manera, por caminos diferentes.

En tiempos donde no había procesos, al equipo nacional lo dirigían por partidos o campeonatos y no se daban las condiciones para pensar en un crecimiento desde las bases. Menotti se hizo cargo de una tarea titánica, conviviendo con los pronósticos más agoreros: en 1974, refundó la selección argentina, en medio de cuestionadores que no lo querían porque tuvo algunas ideas revolucionarias que comprometían lo que se hacía. Mejor dicho, lo que no se hacía… Fueron a buscarlo ese año, como siempre pasaba, porque era el DT del último campeón. Su Huracán fue el mejor equipo en 1973 y desde la AFA, con ruido de borceguíes, le pidieron que se hiciera cargo.

La gestión del Flaco fue fundacional. Lo primero que exigió fue la instauración del Estatuto de la Selección Nacional, de aplicación obligatoria e inmediata. Consistió en un reglamento para fijar prioridad absoluta sobre el equipo, como primer paso para organizar todo. Entonces, se comenzó a trabajar en la elaboración de un almanaque de competencias, la planificación a largo plazo, la apertura del radar de reclutamiento de jugadores y se obligó a los clubes a ceder a los futbolistas cuando fueran citados. La idea de ser profesionales tuvo un impulso que acomodó al fútbol argentino de otra manera, como antecedente más importante para llegar a lo que es hoy.

Como dato ilustrativo: desde 1966 (Mundial Inglaterra), pasando por México 70 (Argentina no clasificó) y llegando a la Copa de Mundo de Alemania 74, al buzo de técnico lo usaron siete entrenadores: Juan Carlos Lorenzo, “Jim” Lópes, Carmelo Faraone, Renato Cesarini, José María Minella, Humberto Maschio, Adolfo Pedernera, Juan José Pizzutti, Enrique Omar Sívori y Vladislao Cap. Menotti comprendió que no había manera de gestionar así y puso la piedra basal: el respeto al jugador y la esencia del juego, con la selección por encima de todo. Le puso fin, de manera definitiva, a la improvisación y el apuro.

“El inodoro en el baño…”

Entre muchísimas frases editoriales, Menotti decía “el inodoro en el baño y la mesa, en la cocina”. Por supuesto que no dirigía ningún emprendimiento de decoración, sino que usaba esa metáfora para valorizar el orden y el sentido de los recursos. Eligió “abrir la cancha” y potenció a los extremos; empoderó a los que eran capaces de hacer jugar a los equipos; insistió hasta el hartazgo con las “pequeñas sociedades” como unidad básica del juego, y puso allá arriba el concepto de respetar a la pelota, como elemento imprescindible para ganar. Por encima de la táctica, la estrategia y las picardías con olor a trampa.

Menotti prestigió el fútbol argentino y generó una apertura para que los muchachos de las provincias pudieran ponerse la celeste y blanca. Sacó a la selección del confort de Buenos Aires, estimuló el sentido de pertenencia nacional y la expuso al talento de los futbolistas de tierra adentro, para armar equipos que jugaron en los Panamericanos y Preolímpicos. Talleres llegó a tener casi una docena de citados; Racing aportó varios, lo mismo que Instituto y también Belgrano se hizo presente.

La Copa del Mundo de 1978 fue un reflejo de todo eso. La consagración no fue el objetivo en sí mismo, sino una consecuencia del cambio rotundo de la manera de pensar y actuar. La historia siguió su curso, incluso con algunos volantazos que implicaron cambios de rumbo, pero había cimientos para seguir creciendo.

Y así como le tocó decidir que Diego Maradona no estaba preparado para integrar el plantel que fue campeón del mundo en el 78, también es justo reconocer que fue él quien propuso la asunción de Lionel Scaloni, en el eslabón final de esta puesta en escena.
Salud por César Luis Menotti. Porque la memoria es patrimonio.