El clásico cordobés terminó 2-2, con mucho más voltaje emotivo que calidad en el juego, en un partido que resultó entretenido. El resultado premia y castiga a los dos por igual: tuvieron las oportunidades para encaminarse hacia el triunfo, pero se conformaron con sumar.
Cuando Bryan Reyna metió el 1-0 en el arranque mismo, o cuando Nahuel Losada tapó el penal canchero que pateó Nahuel Bustos privando a Talleres de ponerse 3-2, los planetas parecieron estar alineados con Belgrano, el equipo del esfuerzo eterno, que volvió a hacer un culto del sacrificio, la lucha y regó a Alberdi con un mar de sudor. Cuando Ruben Botta encendió a la “T” con pausa y cerebración, Ramón Sosa aceleró generando un descalabro a espaldas de Juan Barinaga y la pelota comenzó a fluir con naturalidad en el mediocampo albiazul, la historia pareció acomodarse en forma inexorable en favor del equipo que respetó los conceptos y su esencia misma: jugar primero, correr después.
Pero así como Belgrano no pudo crecer en la calidad de su fútbol y terminó consumido por sus limitaciones, Talleres careció del temperamento para sumarle fiereza y voracidad a su juego más elevado. Por eso, el empate estuvo bien: se respetaron hasta un cierto límite, los dos supieron siempre cuál era el mapa de las fortalezas y las debilidades, y terminaron aceptando el empate como una consecuencia lógica de lo que hicieron y de lo que no hicieron.
Fórmulas intactas
El gol tempranero (un minuto) le dio aBelgrano la oportunidad de tomar confianza, calmar ansiedades y encarar las decisiones en función de cómo gobernar el partido en el campo, no solo en la red. ¿Qué hizo? Luchó, corrió y se estancó futbolísticamente sin hacerse fuerte en el manejo o en los ataques profundos, permitiendo que Talleres respondiera.
El empate llegó media hora después (Ramón Sosa) y se venía venir, porque el paraguayo no hizo otra cosa que lo que todos sabíamos: meter unas corridas infernales que rara vez pudieron ser neutralizadas. Con el 1-1, el partido se le presentó potable a Talleres para apuntarle a Belgrano donde más le dolía: mover la pelota, abrir la cancha, cansar a Santiago Longo y aprovechar las espaldas siempre libres de Esteban Rolón y Francisco González Metilli.
Entonces, el destino volvió a guiñarle un ojo a la patria pirata: un centrazo de Ulises Sánchez agarró con dudas al fondo de la “T” y Nicolás Meriano metió un cabezazo bárbaro: 2-1.
Le tocó a Talleres disponer de dos instancias decisivas: un penal que Nahuel pateó con más imaginación que responsabilidad, en el cierre del primer tiempo; y un golazo en velocidad y precisión, por Alejandro Martínez.
Desde allí hasta el final, hubo insinuaciones. Ninguno pidió ni ofreció tregua: se mantuvieron fieles a sus guiones buscando una diferencia concreta que no pudieron cristalizar.
Pasemos en limpio
Belgrano mostró la luz verde en la presencia firme del arquero Nahuel Losada; el inagotable esfuerzo de Juan Barinaga para soportar a Sosa; el incansable trajinar de Santi Longo; el buen segundo tiempo de Ulises Sánchez; la dependencia posicional de Lucas Passerini parado allá, entre los centrales. ¿En rojo? La falta de capacidad colectiva para intentar un plan B, que no fuera correr y tirársela al 9; lo poco profundo de su juego y la rapidez con la que perdió cada pelota, que fue recuperada con mucho esfuerzo; la timidez en la circulación de la pelota adelante de Longo; el aporte escaso de Rolón y González Metilli; lo poco que se asiste a Passerini.
Talleres se hizo fuerte por Ruben Botta: su juego sacó al equipo de los momentos de nervios y con su personalidad y calidad, le dio entidad a la distribución y manejo a la velocidad. Con luz verde, también se destacó Sosa en sus trepadas a espaldas de Barinaga, aunque la falta de un 9 posicional (definitivamente, Nahuel Bustos no lo es) hizo que sus movimientos se diluyeran; y el buen complemento de Portilla y Portillo. Además, la claridad con la que sus hombres entendieron la idea de abrir la cancha, mover la pelota, generar espacios libres y triangular. ¿En rojo? Las dificultades defensivas, cuando el equipo no termina de organizarse y de tanto querer atacar, termina ofreciendo muchos espacios atrás. Por supuesto, un tema de identidad, que sigue comiéndose el crédito de un jugador de alta calidad: Bustos no es el 9 que pretende Ribonetto y Talleres pide a gritos. Termina reemplazado sin participar, ni asumir el rol que le corresponde por su jerarquía.
Conclusión: ni Belgrano ni Talleres apostaron por el empate, pero el punto les cayó bien a los dos. A su manera, con sus virtudes y defectos, mostraron lo que son y les alcanzó para darse por satisfechos. Lo demás, es folclore puro.