En los últimos días, las sierras de Córdoba han sido noticia por los incendios que han devastado parte de su hermoso paisaje que cada año atrae a miles de turistas. Sin embargo, el desierto de cenizas ha dejado al descubierto algunos de los grandes tesoros que se esconden en esa cadena montañosa.
Dejando atrás el paisaje urbano de la ciudad de Unquillo, el camino se vuelve cada vez más pedregoso. Algunas pocas casas decoran el recorrido y el cruce con la ruta provincial que lleva a la reserva natural Los Quebrachitos es el último vestigio de urbe antes de emprender el trayecto final. Algunos kilómetros más, y en medio de ese desolado escenario se levanta una de las construcciones más interesantes y misteriosas de nuestra provincia: la Casa y Capilla Buffo.
Es curioso pensar que, 92 años atrás, sin rutas ni comunicación, en un lugar donde todavía era impensable la luz eléctrica o el agua corriente, un hombre venido del otro lado del océano pudiese haber levantado uno de los mayores monumentos al amor de todos los tiempos.
La vida de los Buffo
Guido Buffo llegó al país desde la ciudad italiana de Treviso, en 1910. Desde el comienzo eligió las sierras de Córdoba para desarrollar su vida. Una escena muy diferente a la que estaba acostumbrado, ya que estudió en grandes ciudades como París, Turín y Venecia.
Cuatro años después conoció a su gran amor, Leonor Allende, con quien se casó en 1914. La periodista cordobesa de importante apellido, tuvo a Eleonora, la única hija de la pareja, el 25 de junio de 1917.
Una historia de enfermedades y sufrimiento
Ambas mujeres de la familia fueron diagnosticadas con tuberculosis, por lo que Guido no dudó en construir una casa en medio de la naturaleza para mejorar la calidad de vida de sus grandes amores.
Sin embargo, los esfuerzos de Buffo no fueron suficientes. En 1931, el europeo tuvo que atravesar la dura muerte de su esposa Leonor y diez años más tarde la de su hija Eleonora.
Desconsolado por la pérdida de su familia, el hombre recurrió a sus conocimientos como pintor, escultor, músico, astrónomo, inventor, sismólogo, científico, educador, filósofo, escritor e investigador de Botánica y Zoología, e inspirado por el paisaje que lo rodeaba, comenzó la construcción de una cripta familiar.
El amor representado en el arte y la ciencia
A unos 35 escalones por encima de la casa, sobre una base circular, se elevan cuatro columnas que sostienen una cúpula de forma ojival y en conjunto componen la Capilla Villa Leonor. La construcción cuenta con una gran acústica interior, mientras la luz, que ingresa por orificios ubicados en el techo, destaca las pinturas que decoran el interior según la rotación del sol.
La bóveda está cubierta por frescos renacentistas que representan el cosmos y pasajes de la vida de las difuntas mujeres. En el piso, un dibujo de nubes simulan una alfombra y algunas incrustaciones de bronce grafican los planetas y estrellas en la posición exacta cómo estaban en el momento de la muerte de Eleonora.
Desde el techo cuelgan tres péndulos, entre ellos el de Foucault, que solía utilizarse para detectar los movimientos sísmicos. En el exterior se leen las notas de la Quinta Sinfonía de Beethoven y la oración de Jesús en el huerto según San Mateo.
Nueve años tardó Guido en terminar su creación y murió en 1960. Los restos de los tres integrantes de la familia reposan en el lugar, que aún hoy huele a amor y tragedia.
Casa Museo
El lugar fue transformado por las autoridades en Casa Museo, que guarda mobiliario, objetos originales y recupera creaciones literarias, investigaciones y obras de arte de sus antiguos habitantes.
Además de la visita guiada, los visitantes pueden aprovechar el paisaje para realizar actividades holísticas, o simplemente disfrutar de un momento de oración y meditación. También se realizan actividades artísticas para niños, reconocimiento de flora y fauna de la reserva, entre otros atractivos.
Una excelente opción para visitar cuando se habilite el turismo provincial, tras el aislamiento por la pandemia del coronavirus.