Eso dijo hace 40 años, Enrique Omar Sívori cuando dirigía a la Academia y lo despidieron. Enojado, no encontró palabras más ofensivas para describir al club. Hoy, el equipo parece tomar lo mejor de aquella frase para rescatar las verdades que el fútbol germina en los potreros: la técnica, la imaginación y el juego de ataque.
Es muy posible que los futboleros jóvenes necesiten la ayuda de Google para saber quién fue Enrique Omar Sívori, una gloria que brilló en el fútbol de Argentina e Italia y tuvo, en su corta experiencia como entrenador, un paso por el Racing cordobés. Aquel Racing de Córdoba que venía de ser subcampeón nacional en 1980 de la mano del Coco Basile, un par de meses después de perder la final con Rosario Central volvió a jugar a Liga Cordobesa esperando por el próximo Nacional, viviendo un proceso de adaptación que ya le había tocado vivir a Talleres en 1978. Es decir, disponer de una estructura profesional, con jugadores de una calidad mayúscula, para afrontar el desafío gasolero de recorrer el mapa de las canchas de la liga.
Para conducir a ese equipo que había encandilado al país, los dirigentes contrataron a Sívori, un entrenador de pensamiento europeo que gestionó al equipo tratando de sacarle más y mejor rendimiento a los muchachos que unos meses antes habían estado a las puertas del título argentino. Su proceso duró apenas seis partidos: Racing ganó cuatro y empató dos, con un nivel de juego que fue superlativo en las primeras presentaciones y después se volvió más austero. Su salida causó mucho ruido, porque era una figura internacional y no abundaron las explicaciones para darle un contexto a la desvinculación. Siempre de poco hablar, con el bolso en la mano y a punto de partir, Sívori eligió despedirse con unas palabras que terminaron siendo una bomba de tiempo: “Racing es un equipo de barrio”, dijo…
Cuando detonaron, él ya viajaba hacia Buenos Aires y el mundillo del fútbol de Córdoba se llenó de preguntas. ¿Qué quiso decir? ¿Era bueno o malo ser “un equipo de barrio”? Desde el desencanto que irradiaba por haber sido despedido, lo más fácil es interpretar que “ser un equipo de barrio” tuvo un sentido absolutamente peyorativo. Y hasta ofensivo. Tantos años después de aquel episodio, hay que reconocer que Sívori tuvo un acierto quirúrgico con semejante diagnóstico, porque Racing no logró consolidarse como un club profesional, más allá de su estadía en Primera División en los ’80. Desde entonces, el equipo subió y bajó en categorías de ascenso y jamás volvió a tener el poderío de aquellos tiempos.
Volver a las fuentes
Seguramente Enrique Sívori no sabía que su frase podría ser una editorial con sentido inverso, cuarenta años después. Aquello que tuvo mucha pirotecnia destructiva desde la indignación que le produjo ser despedido, hoy termina siendo una caricia para el espíritu del equipo que dirige Hernán Medina y busca regresar inicialmente a la segunda división. Más allá del resultado deportivo de esta campaña que puso a Racing como el mejor exponente del Federal A y ahora lo encuentra remando en otra instancia por ascender, nada hará cambiar las credenciales de un fútbol que tiene esencia ofensiva, imaginación, respeto por la pelota y capacidad para potenciar a muchos jugadores surgidos de la periferia del gran circo.
Aquello que disparó Sívori ahora es un elogio mayúsculo desde lo conceptual: Racing va al frente cuidando la pelota y ocupando todos los espacios de la cancha. “Ser un equipo de barrio” es volver a las fuentes, respetar la técnica, darle un sentido táctico a los que tienen la capacidad de ganar en el uno contra uno. En el barrio, no hay especuladores porque la condena social desactiva a los que creen sólo en la obstrucción y la resistencia sin coordinar los movimientos en función del arco rival. ¿A quién se le ocurre pensar en otra cosa, si no es en la pelota?
Parte de las fortalezas de este Racing de Hernán Medina tienen que ver con la simpleza para gestionar soluciones prácticas, a los problemas complejos del fútbol de hoy: a la falta de espacios por adentro, le presenta juego por afuera; a lo posicional que propone orden, le suma lo funcional para no atarse a ubicaciones fijas; todos saben con la pelota y tratan de cuidarla; hay laterales que atacan como delanteros; un líder como Emmanuel Giménez que traduce su veteranía en decisiones oportunas sobre el juego y los climas que se generan adentro, cuando la temperatura hace hervir la sangre. ¿Vieron jugar a Santiago Rinaudo y a Franco García? ¿y a Nicolás Parodi, el 9? ¿Martín Garnerone es menos que los delanteros que Belgrano trae cada año? ¿Leandro Fernández tiene recursos más limitados que los extremos por izquierda que juegan en Instituto, Belgrano y Talleres?
Racing ya es una gratísima noticia en el concierto de un fútbol que sigue tratando de convencernos de achicar el radar para aceptar que todo es sacrificio, volantes devoradores de tobillos y gente corriendo. Es cierto: sin correr, no se puede jugar. Pero nunca se podrá evolucionar si no rescatamos las verdades del potrero: la diferencia está en el jugador, en el aprovechamiento de sus prestaciones, en la confianza, en la capacidad de los entrenadores para abrirles la cabeza con planteos simples que buscan sacar lo mejor de ellos.
“Ser un equipo de barrio” es lo mejor que pudo pasarle a Racing, en un proceso de crecimiento que fue dejando atrás los vicios de lo no profesional para volver a las fuentes. Por eso, su fútbol renovó el crédito de la gente y enamoró a los hinchas porque hizo que jugar al fútbol nunca dejara de ser parecido a jugar a la pelota.