Talleres, del abismo a la rebelión

La pasó mal en el primer tiempo y perdía 2-0 contra River, poniendo en escena todas sus fragilidades defensivas. Pero se reinventó en el segundo período y no solo empató 2-2, sino que hasta tuvo un par de oportunidades para ganar.

De la oscuridad que atemoriza, a soñar con la felicidad absoluta. Del concierto de problemas, a la revolución de la sangre que derriba barreras e ilumina el horizonte. Del abismo a la rebelión. Talleres protagonizó una película con todos los elementos para generar un torrente que llevó a sus hinchas por muchos estados emotivos: jugó muy mal contra River en la primera mitad y se repuso ofreciendo más temperamento que juego, con la suficiente dosis de vergüenza deportiva para incomodar al rival calificado y situarse a solo un acierto de lo que hubiera sido un triunfo épico. El 2-2 refleja a los dos, por lo que hicieron (bien y mal) y por lo que no hicieron, por omisión o capacidades disminuidas por la dinámica de un partido que no ofreció tregua nunca.

Partidazo

¿Cabe calificar así a un partido que tuvo errores decisivos y se encaminó con más músculo que ideas? Absolutamente sí, porque los méritos que River agotó en su pulcritud para manejar la pelota haciendo un arte de la triangulación y el pase corto, provocaron una reacción que Talleres elaboró desde la actitud más que en la aptitud. Tardó muchísimo en absorber el mazazo que fue el error de Guido Herrera en el 1-0 (remate potente y recto sobre su posición, que no pudo controlar) y entró en un cono de nervios y angustias, para consagrarse al fútbol improvisado, lleno de fisuras y descompensaciones, que le dejó la mesa servida al toque y la paciencia de River.

Después de un mano a mano que Miguel Borja pegó en el palo (28) y su cabezazo a la red a los 37 (2-0), densos nubarrones confirmaron su presencia en el cielo del Kempes: ni hablar cuando Rodrigo Villagra, el ex Talleres silbado que ahora juega del otro lado, tuvo su oportunidad en un corte y aceleración que tomó desnudo al fondo albiazul y tu tiro, algo forzado, pegó el caño derecho de Guido.

Tal vez, la luz de la esperanza se encendió cuando en el cierre del primer tiempo, harto de fracasar en la elaboración, Talleres atacó con decisión y en dos minutos tuvo dos oportunidades muy claras. Antes de eso, una pared en velocidad construida y finalizada por Ruben Botta, que Franco Armani desactivó abajo, a la izquierda.

Lo mejor de lo mejor

Talleres usó un champú renovador que le acomodó las ideas: salió en el segundo tiempo con las mismas limitaciones en los pases, las coberturas, la movilidad y los retrocesos. Pero se defendió con un ataque que, aunque fue desordenado, logró abrir a River. El aporte de Botta volvió a ser indispensable y desde su inteligencia y precisión, junto con la velocidad de Ramón Sosa, llegó el 2-1 que reseteó el partido.

Aquel adversario pituco del primer tiempo fue arrinconarlo y exigido.

¿Cómo lo hizo? El equipo del Tino Ribonetto se hizo más corto para presionar mejor, dejó menos espacios delante de Catalán – Rodríguez (luego Suárez) y Portillo (luego Ortegoza)- Portilla y se organizó ante la salida de Botta (extenuado) para ser más directo. Más precario conceptualmente, es cierto. Pero más profundo por afuera y fuerte por adentro (con Bou y Girotti).

Entre aquellas inseguridades del comienzo y la nueva fisonomía para moverse en el campo, hubo un abismo. Los ya crónicos problemas defensivos en los relevos, los escalonamientos y la facilidad para entregar mal la pelota, volvieron a condicionar el resto de la gestión de juego. Debilitada la fortaleza mayor de su modelo de juego, que es el control de la pelota para defenderse a partir de ella y atacar soltando gente desde atrás para abrir la cancha, Talleres auditó las responsabilidades que había repartido mal y se dedicó a empujar a River contra Armani: Sosa dio 45 minutos de ventaja, hasta que se calmó, administró mejor sus recursos y terminó acercándose al nivel al que todos reconocemos.

El 2-2 fue una guapeada del colombiano Portilla, porque tuvo el atrevimiento de pegarle desde 30 metros y sacó provecho de la pelota que se mueve en el aire, el piso enjabonado por el agua y la respuesta incompleta de Armani.

¿Hubiera sido justo un 3-2? El sentido de la justicia, así, en forma estricta, se dirime en tribunales…. En la cancha, el concepto se emparenta con el que toma las oportunidades. River no pudo consolidar su dominio en la cancha y en el marcador, y Talleres estuvo a un acierto de lograrlo. La fiesta albiazul hubiera sido completa, más allá del aceite derramado en el camino en una estructura que mejora en ciertos momentos y no logra solucionar las limitaciones que lo vienen complicando desde hace rato.