Tocó la fibra íntima de toda Córdoba. Su consagración y ascenso a la segunda categoría es un fenómeno que trasciende al fútbol, porque puso en movimiento el sentido de pertenencia de una ciudad, y una provincia, que quiere ponerse de pie de manera definitiva.
Algunos siguen creyendo que solo es fútbol y todo se reduce a un montón de “guasos” que andan corriendo atrás de la pelota. Pero es mucho más complejo que eso. Tal vez, ni los propios jugadores tengan conciencia sobre lo que causan e inspiran: ¿cómo se valora la sensación de rebelión que nace y se desarrolla desde la injusticia? Racing se rebeló ante un sistema que se la pasó (y se la pasará) amargando a los que quieren hacer las cosas bien, porque el Torneo Federal es precisamente eso: una máquina de fundir clubes, ante la indiferencia de la AFA.
Los futbolistas de la Acadé saben que la alegría no es solo brasileña y habrá celebraciones por muchos días, porque la sonrisa del que rema desde abajo siempre se disfruta el doble y a veces se tiñe de sangre, para reaccionar desde la más enérgica de las vergüenzas: la dignidad.
Esta vez, esos miles de tipos que esperan del fútbol lo que difícilmente puedan lograr en otro lado, le dieron sentido a una ecuación que no se entiende con el control remoto en la mano viendo Netflix: la pelota es el alivio a las angustias diarias, que a veces puede tener un perfume a felicidad. Es terapia. Es tristeza y es alegría sanadora, que hace explotar el corazón.
El torneo más espantoso del mundo, que puso en igualdad de condiciones a equipos que tuvieron rendimientos de hasta 30 puntos de diferencia, le dio la oportunidad a uno de acomodar la historia para poner los factores donde deben estar. Racing encendió a su gente y se retroalimentó de ella; no se dejaron caer; se estimularon en la presencia y en la esperanza; se alentaron en las buenas y en las malas, mucho más…. Por eso, el gol de Emmanuel Giménez, en el penal decisivo, coronó el esfuerzo de mucho tiempo y capitalizó el penal atajado por Cali Rodríguez, como antecedente para poner el triunfo al alcance de la mano.
Entonces sí, el estallido. El relato de Brunito Espinosa nos convirtió en juguetes de tanta emoción para acompañar la fiesta que se encendió en cada centímetro de la patria albiceleste, con las lágrimas brotando a cataratas para apagar tanta angustia y tanto nervio. Definitivamente, no todas las felicidades son iguales. Racing fue capaz de corresponder a la incondicionalidad a su gente, que fue a donde había que estar y llenó las tribunas por más grandes que fueran. Y que, ante la imposibilidad de ir a ver la gran final, eligió escuchar la Suquía al frente del Miguel Sancho… ¿Alguien puede explicar eso?
Por eso, en alguna medida, el ascenso de la Academia dejó en claro que, en este bendito país, que está repleto de atajos y tramposos, se puede ganar si se hacen las cosas bien. Racing, que fue el mejor equipo el año pasado y ahora terminó segundo en la general, solo abajo de Olimpo y muy por encima del resto, testimonia y refleja a los que laburan y no se desaniman si las cosas no les salen, o si transpiran sudor y llanto para llevar un peso a la casa y desde arriba, los cráneos se lo extirpan con impuestos… La cultura de la resistencia es la mejor editorial, porque tuvo letra de obreros que, en silencio, nunca se rindieron y lucharon para salir adelante. “Cumple sus sueños quien resiste”, dice la canción y así fue.
Sentido de pertenencia
Hace unos años, que son muchos pero no tanto, el fútbol de Córdoba le ofreció al país una lección maravillosa sentido de pertenencia, porque en las tribunas del “Chateau” había una acuarela inolvidable en representación de casi todos los equipos de la ciudad y de la provincia. Racing se abrazaba a la ilusión de ser campeón en el Nacional de 1980 y, si bien perdió la final contra Rosario Central, una de las victorias más conmovedoras fue la que se produjo en las tribunas, porque jugaba la Academia pero llegaban columnas con gente de los otros clubes, grandes y no tanto, para sumar aliento, presencia, color y aguante. Así se abrieron paso y los bañaron en aplausos, los muchachos de los clubes carteludos y también los modestos, para que las banderas flamearan juntas. Abajo, el negro Ramos, la Chueca Aramayo, el Pato Gasparini y el Araña Amuchástegui trataban de hacer lo que finalmente no pudieron, pero afuera, donde las sensaciones estaban a flor de piel, el triunfo ya estaba asegurado.
La fiesta de todos
La metáfora es interminable: por eso, ahora, como antes y como siempre que la gente comprende que juntos somos más, Racing nos puso a todos de pie y produjo una movida que alineó a los hinchas de casi todos los otros clubes para alentarlo. Hoy, celebramos que alguna vez, aunque sea una sola, le tocó al que hizo bien las cosas. Incluso los de Instituto, que están a un pasito del ascenso merecido y tienen su fiesta en piloto automático, en el fondo del corazón dejaron descansar la rivalidad y le dedicaron una sonrisa a esta foto del domingo.
La revolución afectiva nos hizo sentir vivos. Eso sí que es justicia.