Los procesos de evolución de Instituto, Talleres y Belgrano muestran muchos puntos grises y a la gente no le gusta. Como siempre, se exigen resultados y se alimenta la convicción de que “hay buenos planteles” para que los equipos eleven sus expectativas. ¿Es así? ¿Tienen con qué?
Hace medio siglo, desde su notable reputación que incluyó ser director de la revista El Gráfico, el periodista cordobés Dante Panzeri ofrecía una visión muy rigurosa sobre la función de los entrenadores en los equipos de fútbol. Los despreciaba. Los consideraba inútiles porque la facultad de decidir siempre era del jugador.
El rechazo fue exacerbándose con cada gota de tinta que la prensa les dedicó para elevarlos a la condición de “factor clave” en el desarrollo del juego y llegó a llamarlos “los ladrones de azul”, en referencia al saquito que muchos de ellos usaban para entrar al campo. Fue más allá: afirmó que la instauración corporativa de los entrenadores fue un invento de las comisiones directivas porque “antes de existir los técnicos, la paliza (de los hinchas) iba a los dirigentes”.
Panzeri creía fervientemente que las tácticas colectivas no dependían de un agente externo, sino de la calidad interpretativa de los propios jugadores. Si los espectadores pensaban lo opuesto, era la consecuencia de un engaño perpetrado por alguna prensa ignorante.
Hoy, dentro de la estructura profesional de los planteles, la tecnología acorta el camino hacia ciertos aspectos de la comunicación y “maquilla de modernidad” la traslación de información hacia los jugadores. Pero, en esencia, se habla de lo mismo: Panzeri opinaba que todo el universo de las tácticas, los pizarrones, las flechitas y otros elementos de utilería, eran basura.
Nada por aquí nada por allá
En algún lugar del imaginario popular, existe la certeza de que el entrenador es una especie de ilusionista. Llega y logra que las cosas sucedan, o que lo malo se extinga, aunque no entendamos cómo ocurre. ¿Se trata de trucos que encandilan a los evaluadores inexpertos o hay conocimiento que se refleja en resultados, en una actividad tan imperfecta como el mismo ser humano?
En Instituto, Pedro Troglio reemplazó a Diego Dabove y debió hacerse cargo de la herencia habitual: “el equipo no jugaba a nada”. En Talleres, la llegada del Cacique Medina en reemplazo de Walter Ribonetto debió enfrentar un reto similar: “el equipo no jugaba a nada”. Y en Belgrano, con un ruido mayúsculo por ser quién es, el Ruso Zielinski tomó el hierro caliente que dejó prematuramente Walter Erviti. ¿Por qué? “El equipo no jugaba a nada”.
Los resultados suelen ser edulcorantes que estimulan lo que los hinchas (y algunos periodistas) quieren creer. Si Troglio fue capaz de acomodar las piezas para que La Gloria levantara el nivel y metiera un par de buenas actuaciones, Medina hizo lo propio con este Talleres irregular para devolverle la identidad de “equipo que ataca siempre, en todos lados”. Pero ni albirrojos ni albiazules juegan para enamorar…
Mientras esas historias empiezan a construirse, en Alberdi a Zielinski le toca un objetivo inicial mucho más austero: conseguir que Belgrano dé dos pases seguidos y sus hombres recuperen la noción geográfica para atacar hacia el mismo lado. Todos juntos. “Los de camiseta celeste le pasan la pelota a los de camiseta celeste”, podría decir Carlos Bilardo.
En un caso y en los otros, el fantasma de Panzeri se presenta y sobrevuela “bombardeando sus verdades” sobre un fútbol utilitario que tropieza con conos y se entretiene con planillas que prolijamente dicen cuántos pases dio un jugador, sin aclarar si esos pases fueron hechos en tiempos, espacios y oportunidades adecuados. O enfatizando los kilómetros recorridos, en un arte que aplaude los litros de sudor, los quites y los despejes, al tiempo que subestima la relación del futbolista con la pelota.
Ejercicio para pensar
1) Si en un córner en contra, el 9 y el arquero charlan y los otros defensores revisan el celular como si estuvieran en un bar. El rival mete el gol… ¿la culpa es del entrenador?
2) Si en un centro sobre el área propia, los defensores no marcan, sino que abrazan, empujan, “camisetean”, pisan y se olvidan de la pelota y el espacio ¿la culpa es del entrenador?
3) Si un atacante es capaz de cabecear de frente al arco, sin saltar ni esforzarse, porque quienes defienden no saben marcar y andan corriendo gente en el área ¿la culpa es del entrenador?
4) Si un jugador lidera un avance que quiere ser ataque, pero sus compañeros no entienden el concepto de la movilidad y corren “al tranquito”, o escondidos en la marca, sin involucrarse en la búsqueda de la pelota ¿la culpa es del entrenador?
5) Si está por efectuarse un saque lateral e, indefectiblemente, la pelota será enviada larga y a dividir porque nadie se acerca para pedirla ¿la culpa es del entrenador?
6) Si la jugada ofensiva en velocidad pide pase, pero el atacante decide que es mejor lucirse en una gambeta innecesaria, pierde tiempo y cuando levanta la cabeza sus compañeros ya están marcados ¿la culpa es del entrenador?
7) Si un jugador quiere pasarle la pelota a un compañero que está a cinco metros y se equivoca por tres… ¿la culpa es del entrenador?
8) Si un equipo no tiene poder aéreo en ofensiva pero sus jugadores se la pasan tirando centros para un 9 que mide 1,70 ¿la culpa es del entrenador?
9) Si un equipo tiene muchas precariedades técnicas en sus defensores y, sin embargo, insiste en salir tocando adentro del área sembrando infartos en la tribuna ¿la culpa es del entrenador?
10) ….. (pregunta abierta para que el lector interesado la complete a disgusto y placer).
Conclusión: que venga Pep Guardiola, si se anima… Fernet, cuarteto, hinchas coloridos, calles rotas y arrebatadores de celulares, no le van a faltar. Se lo garantizamos. A ver si puede lograr que Instituto, Talleres y Belgrano sean una potencia con los jugadores que tienen, y en las circunstancias en las que se juega.