El Mundial no puede desviar la atención sobre las muertes y los abusos laborales de los migrantes que participaron en la construcción de los lujosos estadios o la discriminación a mujeres y personas del colectivo LGBT.
Ilustración de UCSD Guardian.
Faltan pocas horas para que empiece el Mundial de Qatar. Siempre se ha dicho que el fútbol es pasión de multitudes. Y también que después de esos treinta días las cosas vuelven a estar en su lugar.
Hace poco, Jorge Lanata dijo en su columna de PPT: “Lo único que les quiero pedir es que cinco minutos de cada 24 horas, sólo cinco minutos, recuerden que en este país la mitad de la gente es pobre, que la mitad de los pibes no termina el secundario, que los jubilados ganan 50 lucas, que la Justicia es lenta y que algo tenemos que hacer con todo eso”
Y para reafirmar su mirada del fenómeno planetario confesó que siente cada vez que mira un partido de fútbol:
“Veo 22 millonarios que corren y, a su alrededor, miles de personas que pierden todos los días, pero que creen que ganan cuando los millonarios ganan. Me parece uno de los ejemplos más cínicos del sistema. Y no me vengan con esa pelotudez de la pasión”.
Claro que, como toda opinión, es discutible. Pero me permito añadir otra mirada, antes que la “pasión” por la celeste y blanca nos envuelva con emociones varias.
Con este mundial de Qatar cada vez más se habla de “Sportwashing”. El sportswashing (limpieza deportiva, en español) es la estrategia por la cual algunos de los gobiernos que menos respetan los derechos humanos en el mundo buscan limpiar su imagen dentro -pero sobre todo fuera- de sus fronteras, a través de su vinculación con el deporte.
Recientemente, un informe del periódico The Guardian reveló que, en un período de 12 meses, países como China, Qatar y Arabia Saudita, todos ellos criticados por violaciones a los derechos humanos, utilizarán eventos deportivos de prestigio para pulir su imagen pública en un escenario internacional.
Sin embargo, el Mundial de Fútbol, (al igual que la Formula 1) no lograron en el resto del mundo desviará la atención de las muertes y los abusos laborales de los migrantes que participaron en la construcción de los lujosos estadios o la discriminación a mujeres y personas del colectivo LGBT.
Ejemplos del sportwashing a lo largo de la historia reciente sobran. Los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 y el Mundial de Italia 1934, organizados por Adolph Hitler y Joseph Goebbels, y por el italiano Benito Mussolini, respectivamente.
Y por casa, obviamente, el Mundial de Fútbol de 1978. Aquel que se vendió al mundo con la frase: “Los argentinos somos derechos y humanos”.
Lamentablemente la historia tiene otros ejemplos. La organización Amnistía Internacional sostiene que hay países y equipos de fútbol que facilitan el lavado y son denominados “esponjas” del sportswashing.
Algunos de los principales son la Real Federación Española de Fútbol, con la firma del acuerdo de la celebración de la Supercopa en Arabia Saudita hasta 2029; el Manchester City del Reino Unido, cuya propiedad mayoritaria pertenece al Abu Dhabi United Group, de Emiratos Árabes Unidos; o Francia, con la propiedad del equipo de fútbol Paris Saint Germain por parte del Estado de Qatar.