Los proyectos duran una semana

La salida de Walter Erviti, el by pass del “Betito” Fernández y la llegada de Ricardo Zielinski le dieron temperatura al clima en Alberdi: todos saben que el factor tiempo asfixia y el resultadismo es determinante para marcar los plazos.

El fútbol está enamorado de la palabra “proyecto” y en su nombre se exigen plazos diferidos que resultan difíciles de generar, en un ambiente que asfixia desde la hora cero. La famosa picadora de carne. El concepto del “proyecto” estimula la idea del trabajo a conciencia, respetando la maduración que no encuentran un espacio fértil cuando se impone la urgencia de ganar.

En nuestro fútbol, se habla mucho de eso, pero cada vez importan menos los procesos: se impone la inmediatez, aunque seguimos hablando de “proyecto” cuando asume un entrenador o cuando comienza un campeonato. Usan esa palabra tanto los dirigentes como los entrenadores, jugadores, hinchas y periodistas, cuando se hace referencia a la línea de tiempo que permite trabajar rumbo a los objetivos desde el desarrollo. Se arranca desde un punto y se remite el vencimiento de los plazos allá adelante.
¿Qué tan frecuente es, en la patria futbolera, que un entrenador cumpla su contrato?

Ninguno es contratado para ganar, sino para enfocar una determinada idea que puede presentar el éxito de diferentes maneras. Se puede ser exitosos sin haber sido campeones, de la misma manera en que no todos los segundos son unos fracasados. Como en toda esta historia, se necesita un insumo indispensable: el tiempo. Nada es eterno sino todo lo contrario, porque lo efímero se vuelve cada vez más cotidiano en la medida en que el resultadismo nos come crudos.

Los plazos y los márgenes son tabulados y segmentados con los famosos “ciclos”. No hay tiempo…. Si se agota el ciclo, el proyecto queda pataleando en el aire, como los dibujitos animados.

El laberinto

El año de Belgrano fue diseñado en función de la carpeta que Walter Erviti dejó en el escritorio del Luifa y se quedó sin argumentos muy rápidamente, porque jugar de un modo más elevado terminó siendo un laberinto que apenas resistió unas semanas. ¿Qué pasó? Aquello que fue considerado una garantía para contratarlo no encontró un correlato en la cancha: además de jugar mal, el equipo perdió. Y perdió feo dos veces.

Entonces aparece el “Betito” Fernández, respaldado por el aplauso memorioso de la tribuna y el sonido afinado del fútbol que propone la reserva, su territorio. Al igual que le pasó cuando Juan Cruz Real fue eyectado del puesto, Fernández acomodó diferentes las piezas y más allá del resultado, la gente valoró la intención de jugar mejor desde el orden que le devuelve la función natural a cada futbolista.

La misma receta vimos ahora: el Belgrano del “Betito” valoró a algunos chicos del club que habían perdido terreno y tuvo media hora de juego interesante contra Aldosivi. Fue suficiente para quintuplicar el nivel de satisfacción que la gente recibió en la gestión Erviti.

¿La llegada de Ricardo Zielinski encuentra el mismo escenario? Al Ruso nadie lo va a silbar si el equipo demora en ponerse de pie, porque inicialmente tiene credibilidad, un valor del que no dispusieron sus pares recientes en Alberdi. Hay un patrimonio indeleble en la confianza de la gente, que recuerda (y extraña) a su Belgrano erguido ante los grandes, que hasta se animaba a ganarles. Sin embargo, el propio Ricardo sabe que hay reglas que no están escritas y se aplican de manera inexorable e inevitable: a los entrenadores se los banca hasta cinco minutos antes de echarlos. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? La hoja en blanco que espera por la letra del nuevo técnico tiene espacio tabulado con tiempos breves, porque así es el fútbol que supimos concebir. Los famosos proyectos duran solo una semana. La capacidad del Ruso podrá flexibilizarlo, pero él es el primero que sabe que la misma tribuna que ahora lo aplaude, tendrá listo el reclamo si el equipo sigue en la nebulosa.