Las luces del espectáculo tienen debilidad por los equipos de las categorías altas de la AFA y no tienen energía para la categoría en la que está la Academia. Desde ahí, renovando su esencia y paso a paso, la Academia se consolida respetando una idea: al fútbol se lo juega.
Hace un tiempo, los dirigentes del Racing cordobés hicieron una movida muy fuerte cuando eligieron a Hernán Medina como entrenador, en el sueño de ascender y llegar a niveles más rentables que el Federal A, donde ninguna billetera alcanza. No se fijaron en un “carteludo” de afuera, sino en un muchacho que jugó en el máximo nivel y, desde su experiencia como jugador, daba sus primeros pasos para dirigir a nivel profesional.
La llegada de Medina fue una bisagra. Fue el fin de los experimentos con gente de afuera y también el cierre del crédito para otros más cercanos que no prosperaron: ni con unos ni con otros, Racing había evolucionado de manera sólida, como para aferrarse en el crecimiento, que cuando existió, fue fugaz.
No fue una decisión más, ni al paso: Hernán se alineó con la idea de volver a la esencia de un club que siempre se caracterizó por jugar bien, acompañar el desarrollo de las divisiones inferiores y hacer poco ruido con el tema incorporaciones. Los memoriosos pueden dar fe de lo que jugaba el Racing de los ‘70 y ’80, con un plantel prácticamente de muchachos de Córdoba o de las provincias cercanas, con la frescura de su piberío y la audacia de un fútbol que respetaba la magia del potrero.
Medina no inventó nada, ni hubiera podido durar dos partidos sin el apoyo de quienes lo contrataron. Pero se presentó con una herramienta indispensable e innegociable: quería que Racing jugara al fútbol. Apostó para reconstruir esa idea, ese concepto, esa prioridad. Y se puso en marcha el mecanismo para volver a creer en aquel estilo cautivante que abrió caminos hacia los años dorados del club y llegó a ponerlo en una final, en el Nacional de 1980.
Con tonada
La historia más reciente es conocida: el equipo hizo una temporada tremenda el año pasado, pero falló en la definición y se detuvo a las puertas del ascenso. Como página final del capítulo, Medina aceptó una oferta para dirigir al Motagua de Honduras y se fue, con la temporada actual prácticamente encima. Entre quienes lo cuestionaron por irse y quienes lo entendieron por tomar la oportunidad (deportiva y económica), el propio Hernán celebró el título de campeón con su equipo tras haberlo rescatado de los últimos lugares.
El fútbol es tan picadora de carne, que las tristezas son eternas y los buenos momentos se evaporan con una rapidez extraordinaria. Carlos Gustavo Bossio, el “Pichón”, aquel de Las Palmas, Belgrano, Estudiantes y Lanús, entre otros clubes, fue promovido y le tocó debutar como entrenador, con una vara alta: ahí estaban Racing y su gente, implorando por una gran campaña para aliviar el dolor del ascenso que no fue.
El gran capital
Con Medina o con Bossio, el título salió solo: hay un equipo que se llama Racing. El gran capital de la Academia es su manera de jugar. Es haber transitado este proceso de recuperación de la identidad comprendiendo que el lirismo se termina si la pelota no entra. Lo primero que se sabe en Nueva Italia es que el pizarrón está a favor de las condiciones de los que entran a la cancha y no para condicionarlos o limitarlos. El equipo se para a lo ancho de la cancha, tiene seguridad defensiva y orden para darle libertades a los que desequilibran arriba. Cuida la pelota, la mueve por abajo y respeta el precepto de que si la tratás mal, no vuelve…
¿De dónde sacó esos jugadores, Racing? Porque la duda se dispara al instante. En la mayoría de los casos, son chicos que tienen la camiseta albiceleste pintada en la piel o bien llegaron en silencio, procedentes de clubes de la Liga Cordobesa o de otras latitudes, sin pelear cosas importantes. Cada fin de semana, se confirma que hay una manera de plantarse en una divisional donde los campos de juego no ayudan, los árbitros no crecen y los rivales tienen más sensibilidad por correr que por pensar.
A esta altura, Racing es nuevamente candidato y hace valer esa chapa con la prepotencia de su juego y la claridad con la que interpreta un eje elemental: puede ganar o no, pero nunca renuncia a la vocación de ofrecerse desde lo colectivo, con mucha fortaleza individual. Agruparse, triangular, llegar por afuera, cuidar la pelota, no saltear al “5”, confiar en los punteros y tocar con el que se acerca, está en el aire y se cumple. Siempre es más fácil llegar al gol cuando los jugadores tienen riqueza técnica y se animan en el mano a mano. El pase, como elemento básico para cualquier objetivo, le ha permitido a la Academia ser uno de los mejores también en esta temporada.
En tiempos de jugadores musculosos que ganan en las planillas y se extravían en los laberintos de los conos y los cronómetros, Racing se divierte en el túnel del tiempo y demuestra que al fútbol primero se lo juega. Así se simple, porque nunca pasa de moda.