El enemigo está allá afuera. Es el “otro”.
Es diferente a mi, no nos parecemos en nada.
Seguramente porque su color de piel es diferente.
Seguramente porque tiene más o menos dinero.
El enemigo es el otro, ese que que lucha para ser tratado con dignidad.
Es mi enemigo, porque disfruto de los derechos de los que “el otro” carece.
El enemigo es el otro porque erró el camino.
Es su culpa ser un “otro”. Nadie le mandó a ser diferente.
¿Porque no puede encajar en los parámetros de lo que considero correcto?
¿Porque tiene que ser diferente, si es más fácil ser igual a los demás?
En esto de señalar con el dedo al “otro”, siempre hay dos o más veredas. Esa “grieta” que casi siempre atañe al ámbito político pero que en realidad atraviesa todos los ejes de la vida.
En cada hogar, en cada persona encontramos una escala de valores dónde siempre hay un “otro” al que cargar con las culpas de lo que anda mal.
La culpa es de los ricos, de los pobres, de los negros, de los blancos, de los racistas, de las feministas, de los políticos, de la policía, de los empresarios, de la televisión, de los periodistas, de los comerciantes…. y así un larguísimo etcétera interminable.
De autocrítica ni hablar ¿Para qué? ¡Si al final de cuentas que puedo hacer yo! Soy uno en la multitud. Un número entre los millones de personas que habitan el mundo.
Y así pasa el tiempo. Y nuestros hijos aprenden de nosotros a señalar con el dedo al “otro”, a echarle la culpa a ese otro sin pararse a reflexionar. Sin detenerse a escucharlo.
Sin embargo, mientras el “otro” tiene la culpa, también es merecedor de “compasión”. Y he aquí la hipocresía. Todo el mundo se compadeció de George Floyd y colgaron el cartelito contra el racismo en las redes sociales. Y claro. Es politicamente correcto hacerse eco del reclamo que nació en el corazón de Minnesota. No hacer una declaración pública sobre el tema está “mal visto”. Y en el mismo renglón, casi como si no fuera una contradicción, se utiliza el gentilicio “boliviano” como un insulto. Una descalificación a ese “otro” que no es tan “blanco”, o que no tiene rasgos faciales tan europeos, o simplemente nació en otro país. Y así vivimos. Señalando y condenando la discriminación que hacen los “otros” y no la que practicamos diariamente.
Es hora de pararse y pensar en el otro. En estos tiempos de cambios. En este periodo tan atípico que estamos atravesando, es el momento indicado para reflexionar. Para revisar en profundidad, para comprender que todo gran cambio proviene siempre desde el interior. Las sociedades cambian solamente por la suma de los pequeños cambios individuales. Cada persona, desde su lugar en el mundo, puede contribuir a cerrar las grietas que los separan de los otros.
Al final, podemos descubrir que el “otro” es más parecido de lo que imaginaba.