Ciclos que se cumplen

Análisis sobre la salida de Lucas Bovaglio.

Cuando despiden a un entrenador de fútbol, conviven lo aritmético, el nivel de juego, lo afectivo y el sentido de pertenencia. ¿Lucas Bovaglio tenía crédito ilimitado por haber liderado el ascenso de Instituto? Gandolfi, Farré y Bossio ¿qué tan lejos están de la picadora de carne?

Desde que Lucas Bovaglio dejó de ser el entrenador de Instituto, los hinchas hacen saber su opinión y el veredicto no es unánime, en cuanto a las responsabilidades que le correspondieron a él y las que les tocan a sus jugadores. Los dirigentes también fueron salpicados, pero sabemos que el fútbol es un ambiente complejo que modifica los parámetros cuando la pelota no entra y alguien debe responder a los cuestionamientos. Los efectos multiplicadores de elogios suelen parecerse mucho a los que se usan para denostar a alguien.

Sin ser Disney, Talleres atravesó momentos difíciles en la temporada porque el funcionamiento del equipo no arrancaba, pero los buenos jugadores, sumados a algunas decisiones de Javier Gandolfi, inventaron la luz al final del túnel y hacia allá fueron para cambiar la realidad. Sin el nivel individual de la “T”, Belgrano dispone de uno de los mejores arqueros del campeonato y un “9” que es capaz de todo: hasta tanto lo colectivo evolucione, hay fortaleza en los servicios de quien hace goles y también de quien los evita, para ir renovando el crédito.

El caso de Instituto es diferente. Tuvo chispazos, como el triunfazo en la cancha de Boca jugando bien, con inteligencia y practicidad. Desde hace varias semanas transita un fútbol subterráneo que lo muestra como inofensivo. Más aún: le cuesta horrores tener la pelota, no tiene línea de pase, casi no pisa el área y defensivamente no ha crecido para resistir desde ahí. Por eso, a Bovaglio le mostraron los números y la realidad es irrefutable: definitivamente, la Gloria es uno de los peores equipos del torneo.

La trinchera

¿Hay algo en común entre Javier Gandolfi (Talleres), Guillermo Farré (Belgrano), Carlos Bossio (Racing) y Lucas Bovaglio (ahora, ex Instituto)? Podríamos destacar que son entrenadores jóvenes, con un rodaje en la profesión que les muestra mucho más hacia adelante que hacia atrás. Eso no los inhabilita, por supuesto, cuentan con sus experiencias como ex futbolistas y cada uno, en su tiempo y espacio, alcanzó objetivos mayúsculos.

Farré, Bovaglio y Bossio condujeron los procesos de los ascensos de Belgrano, Instituto y Racing, respectivamente; Gandolfi terminó interpretando mejor que Guillermo Hoyos y Pedro Caixinha, lo que Talleres necesitaba y hoy, con sus matices, orienta a uno de los equipos que mejor juega.

Los cuatro viven en el mismo clima de presión, que ofrece amor y odio en dosis idénticas, para establecer reglas que no otorgan concesiones: los números mandan. Sin romanticismos. Se los puede edulcorar cuando los procesos son de crecimiento, se establecen objetivos parciales y se los alcanza. Entonces, por más que Farré haya dirigido el regreso de Belgrano, o que Bossio coronara su primera gestión como DT devolviendo a la Acadé a la órbita profesional. O que Bovaglio haya sido el de las decisiones en el retorno de La Gloria a Primera después de muchos años, nadie tiene la paz asegurada, ni mucho menos. El mismo Gandolfi que hoy luce orgulloso su saquito negro al costado de la cancha porque su Talleres que juega muy bien, sabe que cuando pierda tres partidos el saquito deberá pasar por la tintorería. La picadora de carne, digamos…

Nunca olvidemos: Argentina es la patria futbolera en la que los hinchas, todos y cada uno de ellos, exige que sus equipos sean campeones. No se generan las expectativas de acuerdo con las posibilidades. Y como hay un sector de la prensa deportiva que fogonea esa ecuación absurda, se torna legítimo insultar y agredir cuando un equipo no gana porque nos han hecho creer que “la tribuna es soberana y siempre tiene razón”.

El final

Bovaglio tenía el boleto picado desde hacía varios partidos y eso que el presidente lo aguantó mucho más allá de lo que hubiera resistido en otro club. ¿Qué determinó el final del ciclo de Lucas? ¿La fecha del contrato? ¿Los objetivos que no se alcanzan? ¿El almanaque? ¿Las derrotas sucesivas? ¿La goleada contra Rosario Central? El agradecimiento por el ascenso terminó girando fondos en descubierto…

Un ciclo se cumple cuando se pierde el espíritu de equipo, que se refleja en el nivel de juego, y el entrenador no muestra la capacidad para generar las soluciones que se necesitan. Sin buscar perfección donde no la hay, Instituto estaba futbolísticamente agotado, vacío, sin respuestas de ninguna naturaleza. La prensa no debe entrometerse en armarles o desarmarles los equipos a los técnicos, pero sí corresponde una descripción y un análisis que empieza y termina en los jugadores: por las circunstancias que fueran, casi ninguno de La Gloria mostró nivel para la primera división. No es una cacería de culpables, sino un punteo de factores que, indefectiblemente, tiene al entrenador como uno de los responsables. Pero no el único.

Si un equipo no es fuerte en las áreas, ni tiene un eje de juego que lo oriente; tampoco evidencia líderes internos para decidir de acuerdo con los climas del juego y es de una fragilidad psicológica extrema cuando lo embocan, todo lo que hizo y hace es cuesta arriba.

Bovaglio consumió toda la confianza y el tiempo, apostando a media docena de titulares que nunca le respondieron. Si había crisis, Lucas jamás la corrigió. Terminó arrastrado por el fracaso individual que minó lo colectivo, con recetas porfiadas que no ofrecieron resultados, pese a que sobraban las luces de alerta porque el equipo jugaba mal y perdía.

Habrá que ver ahora, cómo responden los mismos jugadores que con Lucas no fueron aptos para jugar mejor. Esta historia continuará.