Luis Galván era un maestro

El ex futbolista de Talleres y la selección argentina campeona del mundo en 1978, dejó un legado imborrable. Era un gusto verlo jugar, porque defender era un arte.

Luis Galván era un maestro. No solo porque se graduó como tal en Fernández, su pueblo natal en Santiago del Estero, sino porque a esa capacidad de compartir conocimientos (que nunca ejerció en el aula), le sumó su manera de interpretar el fútbol. Única. Inimitable. Inspiradora. En el ejercicio del arte de defender, impuso un estilo sobrio, inteligente, calculador, que le permitía resolver el mayor de los problemas dentro del campo: desactivar al que ataca y tiene la pelota. El que tiene la pelota decide. Y el que decide, puede hacer que las cosas pasen. Galván era un especialista para administrar la pausa, la aceleración, detectar el momento justo y dar el paso adelante para resolver todo. No necesitaba planillas para certificarlo.

Verlo jugar era aprendizaje puro. Tenía la capacidad de extirparle la pelota a los delanteros, sin necesidad de meter una patada ni poner cara de malo. Los dejaba venir, los medía, ponía en marcha una maquinaria científica que interpretaba los tiempos y los movimientos, para atacar la posición del adversario y sacarle la pelota. Una y cuantas veces fuera necesario. Lo hizo en la cancha de Talleres, en la de Huracán de barrio La France y también en la final del Mundial 78 contra Holanda, en el Monumental de la fiesta inolvidable.

Los futboleros jóvenes, posiblemente acostumbrados a los zagueros centrales modernos, tan pendientes de los músculos marcados, los tatuajes, cortes de pelo raros y acumuladores de sanciones, se perdieron a uno de los mejores defensores de la historia argentina. Recomendación: urgente, vayan a los archivos y disfruten lo que hacía. Jamás le tuvo miedo al mano a mano, que hoy genera terror en las canchas. Defendía en espacios amplios parapetado en su juego. Luis no era particularmente alto, pero anticipaba en los centros. Tampoco impresionó con su contextura, pero se las ingeniaba para clavar los talones y gobernar los espacios. Jamás necesitó meter una piña, ni hacerse el bravo. ¿Alguien lo vio faltarle el respeto a un árbitro? Hacía fácil lo difícil: interpretaba el concepto de la velocidad de una manera singular, porque dejaba en claro que en el fútbol competitivo no es tan importante ser más rápido en el cronómetro, sino llegar antes. Galván llegaba justo. Siempre a tiempo. Tiempista absoluto.

El paisano del interior

Uno de los triunfos más importantes de Luis Galván fue apagar los cuestionamientos de la prensa porteña, allá por la previa del Mundial 78, para ganarse un reconocimiento unánime. Mientras en el Obelisco pedían por los defensores de Boca o River, César Luis Menotti hizo lo que debe hacer un entrenador: pensar y solucionar. Gestionar y desarrollar. Respaldó a dos tipos descalificados por la tribuna de la Capi y confió en ellos. Jorge Olguín dejó su puesto de primer central para ir de lateral derecho (la prensa reclamaba allí a Vicente Pernía, de Boca) y le dejó el 2 a Galván, de un memorable Talleres. Junto a Daniel Passarella, Luis conformó tal vez la mejor dupla de zagueros centrales de la selección nacional. Si Passarella era potencia, liderazgo y músculo, Galván fue el agua de tanque imprescindible para mantener siempre el control. Mirada de gerente.

El juego de Luis Galván puso las cosas en su lugar. Fue considerado uno de los mejores jugadores en la consagración 3-1 contra Holanda. Pero no solo eso: integraba aquel Talleres histórico que enamoró a medio país, porque todos eran cracks. Enzo Trossero, referente y capitán del Independiente que le ganó el título a la “T” en el torneo de 1977, contó una vez, café mediante, que el entrenador del Rojo, el Pato Pastoriza, admiraba el nivel de juego de los cordobeses. Galván era un defensor de galera y bastón. Estaba rodeado de jugadores de una alta estima técnica, que nunca se escondían: todos querían la pelota… Pastoriza estaba detallando las virtudes de Talleres, destacando su capacidad de armado, el ataque, la circulación, los desbordes, cuando Trossero le preguntó: “Pato, si todos juegan, si todos atacan… ¿quién defiende en ellos?”. Respuesta del Pato: “¿para qué van a defender si a la pelota la tienen siempre ellos?”. Mucho de ese ADN tenía que ver con el maestro Luis.

Símbolo

Luis Galván se hizo un lugar demostrando que siempre se necesitan futbolistas capaces de usar la cabeza. Se dio el lujo de jugar en Belgrano y eso no limó su prestigio, sino que amplió su prestigio y multiplicó los aplausos.

En tiempos donde cualquiera insulta y el fútbol tolera hasta la trampa para ganar, el recuerdo de Galván se agiganta hasta el cielo. El emblema de Talleres, el símbolo del Campeón del Mundo de 1978 dejó en claro que al fútbol se lo juega desde el respeto por la pelota. Más allá de planillas, las modas y las urgencias que han vuelto a este juego maravilloso en algo triste.