Ganar con lo que se tiene

Belgrano celebra el 2-0 contra Boca y Talleres el 1-0 frente a River, en un fin de semana que vio a ambos de pantalones largos. Ante los rivales que llenan títulos en la prensa porteña, los cordobeses patearon el tablero y dieron una lección: la hombría es un condimento esencial en la elaboración del fútbol.

En dosis cuyas cantidades nadie puede certificar científicamente, el fútbol exige la presencia de la hombría en determinados momentos para construir eso tan abstracto que llamamos mérito. Si se puede jugar al fútbol, se lo hace. Pero cuando los ahorros nos alcanzan o el adversario es mejor en ese rubro, la vergüenza deportiva, el factor “h”, el coraje y los dientes apretados se convierten en algo imprescindible.

Lo comprobó Belgrano para mojarle la oreja a Boca y vencerlo 2-0 en un Alberdi pletórico; lo disfrutó Talleres para ganarle 1-0 a River en el Monumental, usando al extremo sus herramientas para entregarse a una resistencia heroica que lo mantuvo de pie. Entre una página y otra, la historia de los triunfos fundamentales puso a celestes y albiazules en un plano de igualdad: no existe ninguna manera de alcanzar esas victorias épicas, si no se cuenta con recursos dentro del campo. No sobra nadie; todos deben aportar algo; cada instante es clave, porque para ganarle a Boca y River no alcanza con jugar bien un rato o correr mucho.

Por delante

Absolutamente nadie puede imaginar un Belgrano apático o insensible. La liturgia pirata acepta que el equipo baje su nivel e, incluso, que haya jugadores que no estén rindiendo. Lo que no se negocia es la actitud: el fútbol lindo aparece a veces, cuando las circunstancias se dan o cuando los rivales están de oferta. Boca lo estuvo, porque ya ni la camiseta azul y oro asusta: a su versión más gasolera en mucho tiempo, Belgrano le aguantó el primer tiempo acomodándose en la cancha para jugar un gran partido desde los 10 o 15 del segundo parcial. Le metió el pecho con ese prepo futbolístico que necesitó los condimentos imprescindibles. Entre las atajadas de Juan Espínola, el cero error en las marcas de Alejandro Rébola (y sus laderos Aníbal Leguizamón y Rafa Delgado), el buen circuito que coordinó Facundo Quignón con Esteban Rolón, el sacrificio de Gabriel Compagnucci y Juan Velázquez para ser laterales y extremos, y los kilómetros de Francisco González Metilli, Belgrano encontró los argumentos de una resistencia que detonó arriba. ¿Cómo? Franco Jara y el Uvita Fernández dieron una lección sobre cómo jugar usando los espacios y las espaldas, sin perder de vista nunca el arco.

Los goles fueron la consecuencia de ir al frente con insistencia e inteligencia. Y fueron dos, pero pudieron ser varios más. Ese Belgrano seguro de sí mismo, corajudo atrás y valiente adelante, puso a Boca en su lugar, como en los viejos tiempos: que no se le ocurra venir a Córdoba de paseo, porque lo van a “atender”.

Deportivo Resistencia

A River no se le gana así nomás. Rara vez alcanza con una jugadita y a colgarse del arco. Sus jugadores son un factor de desequilibrio siempre, tanto a nivel individual como colectivo. Talleres puso a prueba ese precepto: lo embocó en arranque del primer tiempo, aprovechando un inusual error del chileno Paulo Díaz, que Fede Girotti resolvió en gol con mucha calidad. ¿Y después? Hizo un buen primer tiempo creyendo en respetar la pelota y luego volvió a tropezar con sus limitaciones: el juego tiene serios problemas para evolucionar y depende con exclusividad del nivel de participación del sanjuanino Ruben Botta. Si Botta está, Talleres es imaginativo y se mueve con presencia; si Botta es un trazo en lápiz, las responsabilidades empiezan a ser repartidas en otros jugadores que no tienen espalda para liderar.

Todo lo que pasó en el segundo tiempo fue lo que Talleres no quería, pero tampoco pudo evitar: perdió la pelota con una rapidez exasperante, sin retenerla ni por instinto y se jugó en un 90 por ciento del tiempo en la periferia del área de un espléndido Guido Herrera, quien tapó tres o cuatro pelotas fundamentales y mantuvo al equipo en partido.

Cuando la “T” asumió que no tenía nafta para atacar, o que River lo desactivaba con mucha facilidad, el partido se sinceró hacia una versión albiazul atrincherada, cerrando espacios, rechazando todo y rezando por cada minuto consumido.

¿Ganó jugando lindo? Para nada, pero es lo que tenía que hacer e hizo, soportando una presión asfixiante de River. Se valió de Guido, el muy buen partido de Juan Rodríguez y la colaboración salteada del resto, teñida de sudor y más sudor ante la carencia de un juego armónico en función de la pelota, que le hubiera permitido defenderse de otro modo.

Puntos que valen oro

Los dos triunfos son mayúsculos. Fueron el testimonio de la evolución para comprender que en el fútbol actual no todo es correr ni entretener a la platea. Hay matices. En la auditoría de virtudes, Belgrano y Talleres sumaron puntos que valen oro, en la antesala de un clásico cordobés que los encontrará de la mejor manera: de pie, con impulso, con confianza en lo que tienen.