Instituto aseguró su permanencia en la máxima categoría del fútbol argentino, con un plantel austero que fue capaz de resistir en los momentos difíciles para sumar los puntos necesarios. El objetivo alcanzado es el primer paso para consolidarse luego de un año de muchas exigencias.
Entre muchas virtudes y unos cuantos defectos, Instituto impuso su fórmula para asegurarse un lugar en la máxima categoría para 2024. Lo hizo con un rendimiento irregular, que fue fluctuando de acuerdo con su proceso de maduración para tomar confianza en una categoría mucho más elevada y exigente que la B Nacional. El objetivo mayúsculo fue alcanzado.
Ahora enfrentará el desafío mayor, porque una cosa es estar en primera y otra ser de primera. Los puntos allanaron el camino, pero no serán garantía de nada si no hay un respaldo en infraestructura de juego que certifique que cada paso hacia adelante fue evolución y no casualidad o simple sentido de la oportunidad. ¿Cómo es eso? En un contexto en el que muchos equipos están haciendo campañas muy malas, como Arsenal, Colón, Unión, Sarmiento, Tigre, Huracán, Vélez, Gimnasia y Barracas, la Gloria tomó distancia en las últimas semanas ganando y sumando en momentos claves.
Crecer desde la austeridad fue una de sus virtudes más destacadas. No tuvo un rendimiento que enamorara a su gente, posiblemente porque su presupuesto inferior (a los de Talleres y Belgrano, por caso) lo condicionó mucho. Pero mejoró en algunos aspectos y fue capaz, desde adentro de la cancha, de ganarse el respeto. Eso también cotiza.
¿Solo importan los goles?
La gestión dirigencial es juzgada desde y hacia el resultado de los partidos de fútbol. No siempre hay una mirada macro (o tolerante) en la que se contemplen todos los frentes sobre los que se apoya la vida de un club que, como en el caso de Instituto, tiene frentes sociales.
Las reglas de juego son así: el equipo es el termómetro de lo que se hace a nivel institucional y ocupa el centro de la escena. La sensación térmica de la gente está atada al resultado, porque si la pelota no entra, todo lo que pudo hacerse tendrá un valor secundario y accesorio. O sea, los ladrillos de la infraestructura no serán apreciados, la aparición de jugadores jóvenes no tendrá relevancia y el orden administrativo será invisible. Es perverso, pero esa valoración existe, les come el hígado a los dirigentes y siempre es combustible para los cuestionadores crónicos.
Hoy, Instituto puede afirmar que también avanzó en esa batalla cultural, en la que muchos de los síntomas institucionales hablan de desarrollo e inversión, casi simultáneamente a los goles. Sabemos que no se debe ignorar la influencia de lo que ocurre en los partidos y cómo esa percepción se proyecta hacia lo demás. Entonces, si la pelota entra y los resultados acompañan, los dirigentes merecen una estatua. Caso contrario, cuando el descenso asfixia, todos son inútiles, corruptos y deben ser insultados.
Esta conducción actual, con fortalezas y debilidades, es la misma que guió a Instituto a salir de la B después de muchas ilusiones aniquiladas por factores diversos. También es la misma que no les debe una moneda a los jugadores y sigue moviendo ladrillos en la Agustina, la factoría de tantos jugadores que permiten que el club, en la dinámica del mercado, pague lo que puede cumplir sin descuidar a los que vienen de abajo.
Juan Cavagliatto, Fede Bessone y toda su gente tienen mejores abogados que esta columna. Sin embargo, vale la pena no perder el foco: una de las cosas que empieza a comprenderse e internalizarse es que el compromiso con un club no puede reducirse a participar de los resumideros que suelen ser las redes sociales, donde cualquiera puede decir cualquier cosa. En ese pantano de palabras, están los que se expresan allí porque no tienen un micrófono y sus opiniones son constructivas, y están los otros, los traficantes de insultos que no ven más allá de la pelota adentro del arco y solo les importa que el equipo gane.
Desde hace varios meses, vemos que en Alta Córdoba las tribunas explotan. La gente mostró sus credenciales, cosa que todavía no logra cristalizar el equipo desde el fútbol, más allá de haber alcanzado el objetivo. Haberse asegurado la condición de equipo de primera es una consecuencia, no un fin: una cosa es jugar en primera y otra, muy diferente y compleja, es ser de primera.
En ese contexto de planificación mientras toma forma lo que se construye en silencio fuera de la cancha, lo que viene ahora es sostener con mayor riqueza y calidad, la generación de los insumos que le dan herramientas al equipo de fútbol.
¿Llegará la hora en que las contrataciones sean refuerzos? Ese asterisco sigue condicionando el escenario para que el entrenador pueda elaborar las soluciones a los problemas que Instituto mostró todo el año. Es decir, la falta de recambio de nivel y de líderes que conduzcan e inspiren, la carencia de jerarquía en distintos espacios de la cancha y la dependencia absoluta de Adrián Martínez arriba.
Mientras tanto, el brindis es de todos y para todos. Instituto, a su modo, en sus tiempos y con sus climas, avanzó de forma significativa hacia la consolidación. Después, la pelota irá adentro o no, y será determinante para definir partidos, pero no para salpicar lo que se hace afuera, donde impera una especie de ley de la selva y los poderosos siempre serán los mismos.