El triunfo de Talleres contra Central Córdoba fue amplio, aunque no se reflejó en el 2-0 del marcador. Jugó un primer tiempo sobresaliente y enamoró a la gente a partir de un mediocampo que sigue creciendo.
Talleres le ganó a Central Córdoba ofreciendo momentos del mejor fútbol que se recuerde en muchísimo tiempo por estas latitudes (y un poco más allá) dejando en claro que, si hay algo que nuestro universo no pude demorar más, es la reconciliación del jugador con la pelota. ¿Correr? Corren todos, en todas las ligas y en los diferentes escenarios, pero construir fortalezas a partir del elemento básico, que es el pase, solo lo logran los equipos que se animan al riesgo de ir hacia adelante y se nutren de los jugadores aptos.
Siempre es el camino más difícil. Como dijo alguna vez Alfredo Di Stéfano: “para construir una casa hay que estudiar muchos años; para destruirla, alcanza con un martillo”. Cuando se logra, cuando se diseñan políticas de juego que ponen al futbolista por encima de otros factores, el camino se despeja. No hay nada que se disfrute más que un triunfo jugando bien.
Por fin, Talleres logró desmentir la intolerancia al error, porque se animó a convivir con él. Quiso jugar y apostó fuerte, se organizó considerando a la pelota como una solución y no como un problema. De paso, desnudó el miedo en todas sus expresiones, que se refleja en las actitudes conceptualmente flacas, de los equipos que viven los partidos colgados del arco. Desde allí, renuncian a los espacios, a la iniciativa y a la pelota, porque tácticamente aman la idea del “no error” y razonan su comportamiento pensando en que “ganará el que menos se equivoque”. Esta vez fue Central Córdoba, pero la idea abarca a muchos otros.
Pequeñas sociedades
Las pequeñas sociedades sostienen lo colectivo, que funciona en muchos aspectos con movimientos mecanizados y relacionan a todos pero que, indefectiblemente, necesitan de un insumo: el talento individual. Rodrigo Villagra, Alan Franco, Rodrigo Garro y Ramón Sosa dieron otro paso adelante en la noción del juego de conjunto, que explota con lo que cada uno de ellos aporta desde la perspectiva que les corresponde según sus funciones.
A partir de Villagra, Talleres recuperó la calidad del primer pase que enciende las jugadas y hace diferencia. Rodrigo lidera la mitad del campo con claridad, precisión, sentido de la oportunidad para que la pelota esté donde debe estar, en el momento adecuado. Franco se convirtió en un gran socio desde sus condiciones técnicas para recibir y devolver, retroceder para dar una mano en lo posicional y disfrutando las licencias para acelerar hacia adelante, donde nadie lo espera y hace diferencias en espacios generalmente desocupados.
Villagra y Franco le cambiaron la cara a este Talleres 2023: entre ambos generan salidas limpias, certeras y administración inteligente de la pelota. Unos metros más allá, se enciende Rodrigo Garro, el arquitecto. Juega a dos o tres toques, flota desde el centro del campo y pendula hacia los costados para mover la pelota que integra a los laterales, abre espacios para los mediapuntas externos y estimula que arriba Michael Santos no esté solo.
La explosión de Ramón Sosa es un viaje por el túnel del tiempo. ¿De qué potrero cordobés salió este paraguayo? ¿Es el espíritu del “Araña” Amuchástegui? Tiene aceleración, velocidad y fundamentalmente el freno que destroza la cintura de los defensores. Se anima al mano a mano y encara, lo que ya es un hecho distintivo. Y si la corrida no alcanza, clava los talones, los marcadores pasan de largo y los espacios se rediseñan.
Fútbol a plazo fijo
El eje del juego de Talleres está en el centro, con Villagra – Franco – Garro, y alcanza una luz especial con la chispa de Sosa por las bandas. Lo que producen es tan bueno que otros jugadores encuentran un mejor clima para crecer: le pasa a Francisco Pizzini, quien ahora tiene espacios que antes escaseaban y así llega a posiciones de gol; le sirve a los marcadores de punta (hoy, Gastón Benavídez y Juan Portillo) porque no deben razonar como delanteros sino que disponen de la oportunidad de elegir cuándo cruzar de la mitad de la cancha. Y, por supuesto, el gran beneficiado es el “9”: Santos se la banca luchando solo contra el mundo pero si tiene compañía, mejor… Ahora la tiene, porque el equipo tiene llegada por afuera y mucha calidad en el juego interior.
La pelota
Es cierto que, en el segundo tiempo, el rendimiento de Talleres fue más austero y ya no brilló. Influyeron varios factores y los cambios que metió Javier Gandolfi llevaron al equipo a pararse un poco más atrás. ¿Lo más destacado? Es evidente que Nahuel Bustos (entró por Santos) ofrece muchos recursos, pero la salida del uruguayo retiró una referencia indispensable entre los centrales, que le restó profundidad al equipo. ¿Valoyes? El colombiano reemplazó a Sosa pero no terminó de “entrar” en el juego. Además, la entrada de Oliva (por Franco) consolidó un modelo de juego con prioridades más defensivas.
De todos modos y más allá de las planillas que ahora valoran mejor al que corre mucho con relación al que pasa bien la pelota, el nivel de juego de ese primer tiempo mereció un resultado mucho más generoso que el 2-0, que finalmente no se modificó. ¿Ése es el camino? Definitivamente sí. Los rivales podrán ser mucho más que Central Córdoba (o no) pero quedó a la vista que, si Talleres se lo propone, tiene un enorme capital en la idea de proteger al jugador y estimular su relación con la pelota.